Las clases altas argentinas supieron parir en tiempos idos a intelectuales de fuste, generalmente identificados con una visión del mundo ligada a su abolengo, pero lúcidos y en algunos casos, brillantes. Viendo el espectáculo pobrísimo que brindaron en Boston estudiantes argentinos cuyas familias gastan un piso de 50 mil dólares anuales para que estudien en la famosísima universidad de Harvard, debemos coincidir en que a nuestras clases altas sólo les ha quedado el dinero...

La presidenta de la Nación brindó una exposición soberbia sobre la crisis política y económica que padece el mundo, centralmente la eurozona, pero cuando se fue a las preguntas irrumpió con todo su esplendor ese patético discurso de cabotaje que padecemos a diario los argentinos que vivimos acá. Los jóvenes adinerados se mostraron soberbios y por sobre todo dispuestos a editorializar en lugar de preguntar, repitiendo de manera mecánica el modus operandi de las grandes figuras del periodismo vernáculo que demuestran mañana a mañana que no está en su agenda el interés por preguntar sino que les interesa bajar línea, usar la pregunta como coartada, desnaturalizarla, travestirla para poner en aprietos al reporteado. Es que no les interesa reportear, extraer información del ministro o el funcionario para que el oyente reciba un  producto informativo, les preocupa imponer su línea editorial a cualquier costo. De ahí que Cristina siempre nos recuerda que para determinado ambiente mediático las únicas respuestas válidas son las que coinciden con el pensamiento de los medios y entonces, todo planteo discordante será impugnado de plano.

Este accionar deviene del atropello que la información viene padeciendo por parte de la opinión. En la Argentina de nuestros días lo que importa a los grandes medios es imponer SU línea político- ideológica. Recién luego se ve cómo se engarza la noticia y se la hace funcional a esa preeminencia de los contenidos editoriales.

La noticia como complemento del show editorial.

Bien, esto es lo que se vio en Harvad. Los estudiantes argentinos que a un costo soberbio en dólares están en esa universidad no fueron a interiorizarse por el análisis de una de las personalidades políticas más importantes del continente que, además, preside su país. Fueron a bajar su línea, a montar el show para que en horas la prensa opositora se solace con un espectáculo que, la verdad, dio vergüenza ajena. Porque, además, dejaron traslucir que cualquiera de los adolescentes que por estas horas están protagonizando las tomas de colegios y discuten con Feimann, los demuelen en cualquier debate.