Cuando la pandemia llegó a las villas miserias, eufemísticamente llamadas barrios populares o barrios vulnerables, una parte importante de la población pareció percibir la existencia de la miseria, lo cual no es malo. Es cierto que de la miseria se ha estado hablando desde hace tiempo. Macri en uno de sus muchas promesas hipócritas había prometido “pobreza cero” y, es más, llegó a decir que quería que se juzgara a su gobierno por el éxito en disminuir la pobreza, sin embargo las imágenes de personas viviendo en condiciones paupérrimas tuvieron una fuerza superior a las palabras.

Pero hablar de la pobreza sin mencionar su contracara, que es la riqueza concentrada, no aporta para su solución. Está absolutamente demostrado por la experiencia que apostar a seducir a los ricos es inútil. Paul Krugman menciona irónicamente el “hada de la confianza” para referirse a los intentos de beneficiar a ricos con la idea de que eso les brindaría confianza para invertir y así generar un desarrollo económico que terminaría beneficiando a los pobres. Ni la confianza propició las inversiones productivas ni el crecimiento económico se derramó a la base de la pirámide.

Por eso lo importante no es el descubrimiento de la pobreza sino la identificación de que el verdadero problema a solucionar es la desigualdad. En ese sentido es esperanzador cuando Alberto Fernández dice que después de la pandemia se construirá un país más justo.

Se requiere definir qué hacer para reducir la desigualdad. El tema es complejo y por supuesto que chocará con fuerzas poderosas y estructuras mentales construidas para rechazar cualquier intento de generar equidad. La ciudadanía debe comprender que la desigualdad, tal como la conocemos hoy es una opción, no algo inevitable. Hay que desterrar el mito de que los mercados desregulados podrían mitigar las desigualdades y la pobreza, ya que ellos son precisamente la causa de esos males.
Las corporaciones y la derecha van a hacer todo lo posible para mantener los actuales desequilibrios, denigrando la acción del Estado, tratando de obstaculizar la sindicalización y negando las demandas colectivas. 

Aquí van algunas sugerencias, que no pretender agotar el tema.

Un primer punto es lo que Joseph Stiglitz denomina predistribución que consiste en eliminar los abusos del mercado. Es evidente que ese mercado con múltiples oferentes y múltiples demandantes en el cual ninguno tiene el poder de imponer sus condiciones está lejos de existir en el mundo y aún menos en la Argentina en donde prácticamente todos los mercados están manejados por monopolios u oligopolios (en este caso sus miembros se carterizan y actúan como monopolistas). Estas prácticas monopólicas funcionan como oferentes y también como demandantes ya que si pocas empresas compran un insumo el precio del mismo será manejado por ellas. Esta estructura de los principales mercados del país hace que sus propietarios obtengan ganancias muy superiores a las que obtendrían en un mercado más competitivo.
Estas super ganancias  salen del bolsillos de los consumidores (en el caso de monopolios de oferta) y de los pequeños productores (en el caso de monopolios de demanda). Claras leyes que combatan las prácticas monopólicas y la regulación e intervención  de los mercados carterizados serían un primer paso para mitigar la desigualdad. De paso esta democratización de los mercados contribuirá al crecimiento económico porque permitirá la creación y desarrollo de nuevas empresas y porque el dinero que se aportaría a los menos ricos se sumará en gran proporción a la demanda agregada en lugar de incrementar el estéril movimiento financiero y/o la fuga de capitales.

Otro aspecto fundamental para proveer más equidad en el país es una reforma tributaria fuertemente progresiva. Nuestra estructura fiscal es totalmente injusta ya que una parte sustancial de la recaudación se basa en impuestos indirectos que pagan en igual proporción los que ganan mucho y los que ganan poco.
El impuesto a las ganancias debiera redefinirse aliviando a los niveles más bajos e ir incrementando los porcentajes a aplicar en cada escalón de las escala.
Describimos más arriba las super ganancias que se generan en el país por el ejercicio del  poder de mercado a lo que debemos agregar los beneficios obtenidos por actividades con nulo mínimo beneficio social. Un principio general en economía es que siempre que exista una actividad en la que la renta privada exceda a la social un impuesto servirá para aumentar el bienestar.
Por otra parte la recaudación sobre la riqueza es casi nula. Aquí también un escalamiento progresivo en niveles altos contribuiría a proveer más  igualdad.
El incremento de la recaudación permitirá disminuir la presión fiscal en los niveles más bajos alentando la ampliación de la base y la formalización de vastos sectores que hoy actúan fuera del sistema.
Se requeriría de una decidida mejora en los procedimientos recaudatorios para desmadejar la intrincada red de elusión y evasión que construyeron los más ricos.
Si pensamos en una mayor equidad inter generacional debiera restituirse el impuesto a las grandes herencias para acercar, aunque sea mínimamente, el declarado intento de igualdad de oportunidades y desalentar la generación de una casta de plutócratas. Y si pensamos en generaciones futuras sería importante gravar fuertemente todas las actividades contaminantes a fin de reducir sus prácticas para dejar un mundo sustentable para quienes nos sucedan.  

En términos de crear una sociedad más justa debiéramos afrontar otras inequidades.
Las distintas zonas del país gozan o sufren de muy disímiles condiciones. 
Así tenemos una Capital en la que una importante porción de sus habitantes (aunque no todos) tienen acceso a bienes materiales sofisticados, a bienes culturales abundantes y de calidad, a escuelas y universidades, lugares de entretenimiento y esparcimiento.
Pero otras zonas carecen de la mayoría de estos bienes. En algunas no tienen ni las más elementales condiciones  para una vida digan por falta de agua corriente y cloacas, y en muchas no hay oportunidades para encontrar un trabajo digno o un lugar para estudiar una carrera. Esto crea un círculo vicioso de emigración, miseria y desamparo que debiera revertirse sin dudar.   

Otro colectivo víctima de la desigualdad es la discriminación por género. No alcanza con informar que las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo y que existe el denominado techo de cristal que hace que sea mínimo el porcentaje de mujeres que asciende a los puestos superiores en prácticamente todos los ámbitos. Es una situación que debiera solucionarse a la brevedad mediante una legislación que haga obligatoria la igualdad.

También hay una gran inequidad referida a los pueblos originarios cuyo nivel de vida es sensiblemente inferior al resto y sus oportunidades de capacitación y ascenso social están prácticamente cercenadas. La segregación más o menos encubierta hacia los inmigrantes de países limítrofes y los inmigrantes de raza negra es otro foco de desigualdad.

Como vemos la lucha contra la desigualdad tiene innumerables aristas que debieran ser atacadas en conjunto, pero es absolutamente vital que exista un consenso social que entienda que ese es el mayor problema del país. Para ello es necesario tomar conciencia de que la acumulación de los ingresos y de la riqueza en un muy pequeño porcentaje de la población es inaceptable y que cualquiera que obtenga un beneficio superior a su aporte social está quitando a otros la parte que le corresponde por su esfuerzo. Las ganancias financieras que no aportan nada a la economía real son un ejemplo de las actividades que profundizan la injusticia y su aceptación como algo natural es algo que tenemos que enfrentar. 

Por último debiéramos dejar de repetir frases hechas como “la Argentina es una país rico” o “la Argentina es una país rico con gente pobre”. Lo cierto es que Argentina es un país de desarrollo medio pero esencialmente ARGENTINA ES UN PAÍS INJUSTO Y MARCADAMENTE DESIGUAL.