Una excentricidad parlamentaria
El escritor norteamericano Kurt Vonnegut sostenía que la inclinación de numerosos seres humanos al consumo de alcohol o sustancias parecidas se debe a la necesidad de aplacar, adormecer o hasta anular, al menos en parte, el funcionamiento del enorme y peligroso cerebro que a lo largo de la evolución la especie ha desarrollado.
El cerebro humano es demasiado voluminoso y lleva a su portador a realizar, en forma simultánea, complejísimas y contradictorias elucubraciones carentes de sentido, que en general no sólo no contribuyen a la supervivencia sino que, a la postre, suelen resultar fatales para el portador, la propia especie y hasta el planeta que habita.
El planeta y todos sus habitantes animales y vegetales son demasiado inocentes como para resistir los efectos de la sofisticada computadora en que la Ley de Selección Natural ha convertido nuestros cerebros. Eso es.
En estado de trance
Que el cerebro humano es capaz de realizar complejísimas y contradictorias elucubraciones carentes de sentido es un fenómeno tan palmario que ni vale la pena explicarlo demasiado. La evidencia la tenemos ante nuestras narices, todos los días, apenas abrimos los ojos, encendemos la radio o el televisor, abrimos el diario, intercambiamos nuestras primeras impresiones del día con una hembra o un macho de nuestra especie, o simplemente salimos a la calle, por no mencionar los aterradores estragos que el funcionamiento incesante del cerebro puede llegar a provocar en nosotros mismos durante las horas en que nos encontramos entregados al sueño.
El músculo duerme, la computadora trabaja. Es incansable.
Y de seguir a Vonnegut nos encontraríamos con que ese es el aspecto más diabólico de los cerebros voluminosos. Suelen decir a sus propietarios: ‘He aquí una locura que quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido pensarlo’. Y entonces, como en estado de trance, las personas realmente lo hacen: así como obligaban a los esclavos a luchar entre ellos a muerte en la arena del Coliseo y quemaban vivas a otras personas por tener opiniones localmente impopulares, también edifican fábricas cuyo único propósito es matar grandes cantidades de gente, experimentan con armas bacteriológicas, vuelan ciudades enteras, etcétera.
Sí, de todas esas cosas y más son capaces los cerebros voluminosos. Pero las tragedias empiezan siempre por el aspecto llamémosle teórico del asunto, por la especulación abstracta, porque ese es uno de los entretenimientos predilectos de los cerebros voluminosos, ya sea por exceso de actividad, o por no tener nada mejor que hacer o porque ese, el de la especulación abstracta y la cháchara inconducente, es el medio de vida del portador de tal o cual cerebro voluminoso.
En incesante actividad
Como ya se ha visto, la actividad cerebral no suele tener propósitos claros o discernibles, aunque sí consecuencias prácticas, mientras que el exceso de actividad no necesariamente acarrea mayor claridad ni beneficios. Más bien, sucede todo lo contrario.
En nuestra vida cotidiana, en el transporte público o en la cola de la verdulería, pero muy especialmente en los medios de comunicación, vemos a los cerebros voluminosos en plena actividad, ocupados en las más diversas materias, elucubrando, elucubrando, elucubrando.
Fuera del uso de derivados de la industria petroquímica para adaptar las siluetas de hembras humanas a cada vez más inalcanzables cánones estéticos, en los tiempos actuales las complicadas elucubraciones sobre el consumo de sustancias prohibidas ocupan la atención de numerosos cerebros voluminosos, con resultados a menudo sorprendentes.
En estos días, como quien dijera “ahora mismo”, los cerebros voluminosos se encuentran enfrascados en un apasionado debate acerca de la despenalización de la tenencia para consumo de ciertas sustancias prohibidas.
Dejando de lado que la condición de prohibido o permitido no contribuye a aclararnos la naturaleza de ninguna cosa, costumbre, deporte, idea, animal o sujeto humano, la Constitución nacional contempla el derecho al consumo de cualquier sustancia que a un cerebro voluminoso se le ocurra consumir y, a la vez, la legislación penaliza la tenencia de gran parte de esas sustancias.
Como se ve, se trata de una excentricidad parlamentaria difícil de empardar, en cuya cerrada defensa se coaligan las elucubraciones de no pocos cerebros voluminosos y, por consiguiente, de los respectivos aparatos parlantes a los que están conectados, inmunes al simple hecho de que para consumir o hacer uso de cualquier cosa o sustancia, es preciso previamente haberla tenido o, simultáneamente, el tenerla.
Un cigarrillo de marihuana, sustancia cuyo consumo es amparado por la Constitución y cuya tenencia está penada por la ley vigente, puede ser consumido sin simultáneamente tenerlo sólo si un alma piadosa lo sostiene delicadamente en nuestros labios, en cuyo caso esa alma piadosa estaría incursa en un delito de aún mayor gravedad: la tenencia para consumo de terceros. En una palabra, el narcotráfico.
Pero, además de recomendar prudencia a las almas piadosas, cabe decir que fuera de este caso en particular, el consumo de la mayor parte de las sustancias prohibidas resulta imposible sin la previa o simultánea tenencia.
Es necesario advertir que, en semejante circunstancia, la penalización de la tenencia imposibilita o penaliza el consumo, de donde se viene a producir una aberración jurídica de envergadura, como es que una simple ley conculque o impida el ejercicio de un derecho garantido por la Constitución.
En pos de nuevos problemas
Lejos de poder discernir algo de tanta simplicidad, los más activos y estridentes cerebros voluminosos desarrollan complejas disquisiciones acerca de los beneficios o perjuicios de esas sustancias, lo que no viene a cuento de nada. El caso es que el derecho al consumo y la simultánea penalización de la tenencia para hacer efectivo ese consumo, vuelven a la ley de imposible cumplimiento, ya que las autoridades de aplicación se encuentran ante la horrenda disyuntiva de incumplir la ley o de violar la Constitución.
La incapacidad de tantos cerebros voluminosos para entender un problema tan simple, y su tendencia a complicarlo hasta el infinito mediante series sucesivas de elucubraciones puede llevar a ciertas almas sensibles a caer en un estado de estupor y callada desesperación. Y –volviendo más o menos a Vonnegut–, sucede que la mayoría de los hombres están calladamente desesperados porque las infernales computadoras craneanas son incapaces de moderarse o de estarse quietas; siempre andan buscando nuevos problemas con los que enfrentarse.
No hay mejor modo de procurarse un problema irresoluble que abordar un tema hablando de otro completamente diferente. Y con ser este mecanismo lo suficientemente generalizado como para dejar perplejo a cualquier entomólogo de la galaxia Alfa Centauro especializado en el estudio de los cerebros voluminosos terrestres, cuando se trata del consumo de sustancias prohibidas, la actividad cerebral entra en ebullición.
Para tranquilidad general, la ebullición cerebral produce una serie inacabable de problemas irresolubles.
Como modesta contribución a este proceso que, de interrumpirse, podría volver al mundo y a la vida mucho más simples y predecibles, este voluminoso cerebro se ha propuesto seguir abordando el tema en sucesivas entregas.
Buenas tardes.