Tortazos
Te conquistaron con plata y al trote viniste al centro. Algo tenías adentro que te hizo meter la pata. (Enrique Maroni)
En el transcurso del debate por el proyecto de reducción de haberes y derechos jubilatorios denominado “reforma previsional”, la diputada nacional María Emilia Soria se manifestó avergonzada de los gobernadores que se dicen peronistas y sostuvo que no son más que prostitutas de Mauricio Macri. Se trató de una acusación un poco fuerte que, de alguna manera, la diputada se vio obligada a reparar –o, al menos, matizar– en una intervención posterior al pedir públicamente disculpas a las trabajadoras sexuales por hacerlas objeto de semejante agravio.
Es un tema polémico el de si el intercambio de favores sexuales por dinero es un acto libre, una operación comercial o de reciprocidad de servicios comparable a la de un asesoramiento jurídico, arquitectónico o urológico, o si, por el contrario, constituye una transacción humillante y denigratoria.
No siendo profesional del sexo, experto en la materia ni, mucho menos, gobernador, diputado o senador de la patria federal, el autor carece de opinión formada al respecto, pero es posible convenir que, cualquiera sea el carácter de la transacción, sin ninguna duda ha de resultar humillante y denigratoria en las ocasiones en que el macró es un vulgar golpeador.
Al parecer, este sería el caso de los desdichados gobernadores: a juicio de la diputada han sido víctimas de uno de esos accesos de violencia de género a los que el gobierno nacional es tan propenso, hasta el punto de que la psicopatía se le está volviendo hábito.
Por ejemplo, en opinión de jóvenes dirigentes sindicales, eso es lo que durante los últimos dos años el Poder Ejecutivo ha venido haciendo con el vapuleado triunvirato de la CGT.
El mecanismo sería más o menos así: una paliza pública, seguida de amenazas de una paliza más violenta, a las que le siguen acusaciones de infidelidad y los consabidos reclamos y reproches del golpeador asumiendo el consabido papel de víctima propio de esta clase de desequilibrio, y el posterior arrepentimiento que se manifiesta en forma de mimos, arrumacos y un vestidito nuevo. La víctima, atemorizada pero a la vez halagada, emperifollada y de punto en blanco, brinda la requerida prueba de amor, para ser finalmente vuelta a maltratar y despachada sin más a la calle para ser expuesta al escarnio público... hasta que el golpeador vuelva a necesitar de sus servicios.
De igual manera, los gobernadores entran y salen de las listas de réprobos y bendecidos gubernamentales al ritmo de su mayor capacidad de inclinarse ante las cada vez más acuciantes necesidades y caprichos del Poder Ejecutivo. El proceso es tan vertiginoso que los gobernadores ya no ganan para sustos y andan por lo menos con el Jesús en la boca, sin saber a qué atenerse: que si una obrita pública, que si un apriete de Rendo, que si un carpetazo, que si una caricia de Frigerio, que si una operación mediático-judicial, que si un recorte presupuestario... Y así como el gobierno nacional tiene al triunvirato de la CGT y a los gobernadores al borde del llanto y en estado de histeria, los gobernadores buscan someter a los intendentes a un maltrato similar. Y en no pocas ocasiones, lo consiguen.
Dicen que todo golpeador ha sido a su vez golpeado y que no hace otra cosa que reproducir el tipo de vínculo que considera propio de toda relación entre personas. Y ha de ser así nomás, no sólo por la compulsión de los gobernadores a compensar tanta angustia sometiendo a malos tratos a intendentes y funcionarios más débiles: sin recurrir a esta psicopatía, es difícil entender la premura con que el gobierno ha buscado paliar el déficit fiscal reduciendo haberes jubilatorios, al tiempo que con una simultánea reforma impositiva sigue profundizando ese déficit, que él mismo ha contribuido a aumentar al eliminar las retenciones a la exportación de granos y minerales, entre otras mercedes a millonarios y plutócratas.
Puntada con nudo
Se comprende perfectamente, en cambio, el apuro por reducir del 1.5 al 0.5% el impuesto a los bienes personales previo al blanqueo de capitales, así como el decreto presidencial por el que amigos y parientes pudieron acogerse a él.
Gracias al decreto presidencial, Gianfranco Macri, Nicolás Caputto, Alejandro Peña Braun, Manuel Torino y Marcelo Midlin, entre otros socios, allegados y entenados, blanquearon 2.319 millones de pesos por los que hubieran debido pagar 34.785.000 en concepto de impuesto a los bienes personales. Gracias a la previa reducción, supuestamente pagaron –si acaso lo hicieron– 11.595.000. Un ahorro (léase: quebranto fiscal) de 23 millones de pesos.
Pero si no nos limitamos al círculo íntimo presidencial y proyectamos esta misma cuenta sobre los 116 mil millones de pesos que fue el total del blanqueo, veremos que en concepto de impuesto a los bienes personales, las empresas y sujetos más pudientes del país pudieron ahorrar 1.160 millones en lo que debieron pagar tras el blanqueo, tan sólo en el año 2017. Puede multiplicarse esta cifra por los años que se demorará en enmendar esta barbaridad, indexada a fin de no perder poder adquisitivo (como le gusta al diputado Tonelli), para tener una idea aproximada del agujero que esta sola medida impositiva seguirá provocando en las finanzas públicas.
Eliminar el impuesto a los automóviles de alta gama, que son los que suelen adquirir estos individuos, es nada, un detalle nomás, una pequeña atención para los amigos, de manera que no debe verse nada extraordinario en el hecho de que el presidente de la nación suela descansar de sus afanes en la estancia de uno de ellos, el británico Joseph Lewis, junto al lago público del que este se ha apropiado para su uso personal. Y el del presidente, claro.
Todo esto es normal y propio de gente de negocios. En cambio, el combo reforma previsional-reforma impositiva-reforma laboral ya fue otra cosa.
El combo de Navidad
El ejecutivo nacional se abocó a la sanción legislativa del atroz combo navideño con una urgencia y una ansiedad que serían sorprendentes si no estuviéramos al tanto de lo que el doctor Andrés Rascovsky, de la Asociación Psicoanalítica Argentina, llama “la muy grandes pobreza y miseria (psíquica y espiritual), producto de su propia historia, debido a las cuales el golpeador goza y disfruta del daño que infringe a otros”. El golpeador –insiste el doctor– “tiende a ser poco consciente y a tener una baja racionalización de la conducta que presenta; es decir, no percibe la destrucción que le causa al otro”.
Es posible que el destacado representante de la comunidad psicoanalítica nacional esté en lo cierto y el presidente Macri no comprenda realmente el daño que provoca a otros y, no menos importante, puede llegar a provocarse a sí mismo. Estaría en su naturaleza o, para decirlo con mayor propiedad, en la naturaleza de la psicopatología que al parecer padece, pues –es necesario no olvidarlo– el victimario ha sido o tal vez hasta siga siendo a su vez víctima. “Repetir lo que se ha vivido anteriormente es el destino más trágico” –concluye Rascovsky.
Con su combo navideño, a cambio de muy poco, el gobierno ha maltratado muy especialmente a su principal base electoral, las personas de la tercera edad: el “ahorro” en materia previsional se despilfarra en nuevas y simultáneas exenciones impositivas en favor de los sectores de mayores ingresos. El beneficio extra que recibirían algunos distritos, en particular la provincia de Buenos Aires, a fin de preparar la eventual candidatura presidencial de la gobernadora, podría habérsele destinado apelando a otros recursos, sin necesidad de pagar un costo político tan alto que puede volver inútiles las repartijas en el conurbano de subsidios, bolsones y obritas varias.
Es verdad que el combo fue inmediatamente seguido de un nuevo beneficio para el grupo Clarín, tan grande que lo ha vuelto el mayor monopolio mediático de América, gracias a lo cual el gobierno confía en seguir recibiendo el amparo y la omnipotente protección del grupo. Pero de nuevo, los costos son demasiado altos para una recompensa que podría haberse obtenido dando mucho menos: ¿cómo saciar la voracidad de semejante monstruo mediático si ya lo tiene todo o, al menos, todo lo que el gobierno, este gobierno, puede proveerle? ¿Por qué Cambiemos se expone a quedar aún más a merced del grupo de lo que ya lo está? ¿Por qué se ha empeñado tan a fondo en la sanción de un combo tan impopular, capaz por sí solo de propiciar, por primera vez en dos años, una amplia unidad opositora?
Debe recordarse que el gobierno estuvo a punto de perder la partida y si la ganó, además de poder hacer suyas las palabras de Pirro tras la batalla de Heraclea (“Otra victoria como esta y estoy perdido”), lo hizo a costa de comenzar a destruir a los gobernadores justicialistas tan fatalmente como en las últimas elecciones pulverizó sus propios planes de erigir a Sergio Massa en alternativa civilizada del peronismo, lo que a su vez tuvo como consecuencia fortalecer a Cristina Kirchner como la opción opositora con mayor potencia.
Ocurre con el gobierno algo que el doctor Rascovsky no explica: tal como sucede con tantos mussolinis de bolsillo, pequeños dictadores hogareños que más se embravecen con sus esposas, hijos y hasta el desdichado Colita, cuanto mayor resulte el maltrato que reciben en el trabajo por parte de otro pequeño dictador, a su vez sometido a las iras y caprichos de un dictadorcito un poquito más poderoso. Es así que, siempre a juicio de la diputada Soria, si los gobernadores son prostitutas de Macri, este cafishio maltratador sería a la vez víctima –y no sólo en forma previa, sino simultánea– de otro macró todavía más golpeador, el FMI: todo cuanto el gobierno ha hecho a lo largo de estos dos años y, muy especialmente, en el final de 2017, ha sido pura y exclusivamente con el propósito de satisfacer los deseos del Fondo Monetario Internacional, de cuya asistencia –según el propio presidente lo ha declarado en reiteradas oportunidades– depende la supervivencia del plan económico gubernamental. Mientras haya crédito hay esperanza, se consuelan funcionarios, especuladores y empresarios afines.
El gobierno nacional ha dado incesantes y abyectas pruebas de sumisión a tan exigente amo, desde el abandono de proyectos de independencia tecnológica, autonomía energética y soberanía territorial, al novísimo experimento de solución final de lo que Christine Lagarde, directora gerente del FMI, ha definido como el gran problema económico del mundo actual: la tozuda longevidad de jubilados y pensionados.
Por el momento, madame Lagarde estaría saciada, lo que ha permitido al ejecutivo nacional a tomar un merecido descanso tras los malos tratos recibidos y propinados.
Es de esperar que los gobernadores y sus senadores y diputados tengan igual oportunidad de reponer fuerzas. Les hará falta antes de volver a ser víctimas de nuevos abusos.
Los jubilados y pensionados, por su parte, descansarán en paz más pronto que tarde gracias al desvelo gubernamental por satisfacer los deseos del amo.
Fangal
Sergio Massa y su Frente Renovador han probado, en carne propia, el magro beneficio que reporta el camino que ahora emprende el florido ramillete de gobernadores de que hablaba la diputada Soria, aunque acompañados de sus respectivos pupilos y pupilas de ambas cámaras. Para advertirlo bastaría con hacer uso de un mínimo razonamiento lógico y olvidar, por un momento, la montaña de tergiversaciones instaladas como lugar común por los grandes medios de comunicación: a lo largo de la última década una porción ampliamente mayoritaria de la sociedad argentina aprobó el rumbo general, la orientación a trazo grueso, que Néstor y Cristina Kirchner imprimieron a los asuntos públicos. Las objeciones fueron crecientes, pero siempre parciales, aunque en muchos casos de suficiente peso como para optar por otras alternativas: hasta en boca de los propios dirigentes opositores se trataba de conservar lo bueno, eliminar lo malo y mejorar lo erróneamente implementado. Ese, al menos, fue siempre el argumento de campaña de todos los candidatos que alguna vez se impusieron electoralmente a los surgidos del conglomerado kirchnerista-peronista, incluido el propio Mauricio Macri, quien en el debate electoral con Daniel Scioli lo hizo de un modo directamente obsceno (https://www.youtube.com/watch?v=H7Lnw-fk__k el debaje).
Que en una segunda vuelta electoral una mayoría (no precisamente holgada) se inclinara por un candidato opositor significó que la suma de todas las críticas parciales, añadidas a la minoría que siempre cuestionó en forma absoluta al kirchnerismo-peronismo, fue superior al conglomerado que optó por mantener el rumbo sin grandes modificaciones. Esta es la verdad de la milanesa, adornada por los distintos interesados de muy diferentes modos a fin de volverla irreconocible, hasta el punto de que hoy podría decirse, tal como escribía en 1956 el ex embajador Carlos Pascali, “si en la revolución [libertadora] hubiera actuado algún hombre inteligente que hubiera recogido las mejoras del Justicialismo como bandera, nosotros no tendríamos ya nada que hacer”.
Era cierto y esa fue la intención del general Lonardi, pronto desplazado por gentes que tenían las cosas más claras y sabían distinguir lo que pensaban de lo que, de ser necesario, podían llegar a decir.
El peligro del doble discurso, la posverdad, la manipulación o, más sencillamente, la sanata, es que el propio emisor puede llegar a tomársela en serio, que es lo que le ocurrió al oficialismo luego de su relativo y muy costoso triunfo electoral de octubre último: creer que, mágicamente, una importante minoría se había transformado en “mayoría”, cuando lo que ocurrió fue que estuvo lejos de alcanzar el 50% de los votos (lo que no hubiera sido una mayoría pero al menos habría sido la mitad), con el agravante de que para impedir el triunfo de Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, Cambiemos tuvo que dañar muy seriamente las posibilidades y tal vez hasta el futuro político de Sergio Massa, la carta a la que apostaba para dividir a la oposición y debilitar estratégicamente al kirchnerismo.
Tras inclinarse ante los requerimientos del FMI, malquistarse con su base electoral y frustrar las escépticas esperanzas de quienes se habían hartado de CFK, el macrismo vuelve a repetir la historia, ahora con el nuevo ramillete de florcitas seudo-opositoras que confían en prosperar al calor del invernáculo oficial, olvidando el origen, las causas y la verdadera naturaleza de la derrota del FPV en el 2015 y el eventual alcance de su presente dispersión.
La razón de ser
Habida cuenta que la mayoría de las personas cuerdas de este país, no obstante la insistencia mediática, pretenden vivir mejor y más holgadamente y no peor y sufriendo crecientes estrecheces, a la ex presidenta le bastaría con permanecer quieta y en silencio para crecer en la consideración y estima públicas, no obstante los afanes de medios, jueces y, muy especialmente, colaboradores y simpatizantes más cercanos: tal como aseguraba el Tirano Prófugo, también con ella se cumplirá el antiguo adagio según el cual “después de mí vendrán los que bueno me harán”.
Es la lógica de las cosas y no depende de los deseos ni opiniones de nadie.
Convendría al nuevo ramillete del invernadero macrista hacer un pequeño esfuerzo y mirar los acontecimientos con alguna perspectiva, sino histórica, al menos temporal: la realidad no es una fotografía sino una serie de fotogramas que se suceden vertiginosamente hasta crear un film diferente al que puede sugerir cualquiera de las imágenes tomadas aislada y estáticamente.
No es necesario conocer de historia: basta con saber que la historia existe y que las cosas vienen de algún lado y se dirigen hacia otro, siempre por alguna razón; que “Roma no paga traidores” o que conviene observar la experiencia ajena, habida cuenta que la propia cuesta cara y llega tarde.
Los nuevos –siempre según la diputada Soria, a quien nadie osaría aquí desmentir– prostitutos y prostitutas del Excelentísimo parecen no haber aprendido nada de la amarga experiencia del Frente Renovador. Seguramente confían en su mayor capacidad de genuflexión, olvidando un pequeño detalle que ya hace más de cien años estaba muy claro para Hipólito Yrigoyen.
El líder radical había hecho un culto de la intransigencia y no porque fuera un hombre de carácter agrio, malhumorado o mal arreado. Por el contrario: según los testimonios de sus contemporáneos se trataba de un sujeto sumamente cortés y muy encantador, pero que, por motivos misteriosos para muchos, había hecho de la intransigencia casi una manía.
Hacia 1903-1904 Yrigoyen planeaba el que sería el último de sus intentos revolucionarios. En un tiempo de infamia y de mentira, convencido de que jamás podría derrotar por las buenas la maquinaria político- electoral-económico-judicial montada por el roquismo en su momento de mayor venalidad y decadencia, proyectó una revolución que quiso militar pero que desbordó sus expectativas.
A partir de la batalla de Pavón, por medio de acuerdos, componendas y oscuras transacciones, se había consolidado en el país una oligarquía venal y tan falaz y descreída como la de estos tiempos, aunque corresponde aclarar que no tan entreguista. Sólo Yrigoyen se había mantenido al margen de los chanchullos, empecinado en la intransigencia: había rechazado la gobernación de la provincia de Buenos Aires, el manejo de un gabinete presidencial, una senaduría nacional y avanzaba en sus planes revolucionarios al tiempo que lo hacía en la consideración popular: su intransigencia era una apelación moral ante tanta burda transacción y descreimiento y, a la vez, un formidable instrumento político, capaz de apelar a la ya inexistente fe de los tantas veces estafados y descreídos argentinos. Yrigoyen planeaba, construía su revolución, con insólita paciencia y, literalmente, con saliva: uno a uno convencía a cuanto oficial del Ejército se le pusiera a tiro.
Evidentemente, sus planes no podían permanecer ocultos a las autoridades, razón por la cual el Ejército destinaba a unidades lejanas a los oficiales “meloneados” por el líder radical, esparciendo así los alcances del movimiento subversivo.
Es entonces que Roque Sáenz Peña, anteriormente joven promesa del roquismo y en ese momento enemistado con su jefe, se presenta en el PH que el conspirador radical ocupa en el primer piso de la calle Brasil, en la cuadra hoy atravesada por la autopista, a fin de ponerse a su disposición, en su nombre y en el de otros conspicuos dirigentes de lo mejor del roquismo, como el prestigioso Carlos Pellegrini.
Más asombrado que sorprendido, Yrigoyen intenta explicarle a ese adversario político e ideológico, que de todas maneras es su amigo personal desde hace años: “Es imposible reparar –le dice– con los mismos factores que han dado origen a la necesidad de la reparación. Comprenda, doctor, que el acuerdo que me propone es imposible: ustedes son la razón de ser de nosotros”
Ustedes son la razón de ser de nosotros.
Nunca mejor explicado el dilema de nuestro país: la oligarquía es la razón de ser del movimiento nacional, el régimen falaz y descreído fue la razón de ser de la causa radical, la entrega del país y sus riquezas, el origen de nuestro empeño nacionalista y reparador.
De nuevo (y repitan conmigo, antes de que sea demasiado tarde, gobernadores, diputados y senadores corrompidos por la dádiva oligárquica): “Ustedes son la razón de ser de nosotros”.
¿Qué posibilidad de acuerdo existe entre ustedes y nosotros si son ustedes los que explican y justician la existencia de nosotros?
Con que reflexionaran con alguna sensatez, las nuevas florcitas del invernadero macrista comprenderían que “ellos” son la razón de ser de “nosotros”.
Eso sí, exige una mínima entereza decidir cuál es el pronombre que se prefiere.
Pero puesto que anteriormente mencionamos al infortunado Pirro, tal vez a algunos les convendría recordar la respuesta que recibió de los espartanos cuando, tras haber conquistado el Peloponeso, con fuertes amenazas les exigió rendirse ante su evidente superioridad. El jefe de los espartanos se limitó a responder: “Una de dos: o eres un dios y entonces no te tememos porque sabemos que no te hemos ofendido en nada, y un dios es justo; o eres un hombre, y entonces tampoco te tememos pues eres nuestro igual y ciertamente no puedes ser más fuerte que nosotros".
Y Pirro jamás conquistó Esparta.