Pascualito
Noviembre de 1954. Se agudizaba el enfrentamiento de Perón con la Iglesia. No se sabía entonces que siete meses más tarde los aviones navales arrojarían sus bombas en Plaza de Mayo. Y que dos meses más tarde se interrumpiría una década que cambió para siempre a la Argentina.
En Jubileo, un pequeño pueblito de Entre Ríos de apenas 400 habitantes, el autor de esta nota cursaba tercer grado. Mi padre tenía la única panadería de la zona y repartía el pan en las colonias mediante un carro tirado por caballos. Mi madre quedaba al frente del negocio. Contra su voluntad, las figuras de Perón y Evita en tamaño grande adornaban el local de venta. Eran antiperonistas pero lo disimulaban. Su único hijo hasta entonces, su hermana nacería cuando ese año se extinguía, había hecho primer grado libre porque entonces se ingresaba al primario con siete años, siempre que se lo hubiera cumplido antes de junio y habiendo nacido en agosto, recién podía incorporarse con 8 años.
El maestro que me preparó, el único docente varón en ese primario, se llamaba Coco Moix. El que me enseñó a leer y escribir en los libros de aprendizaje que llevaban los nombres de “Upa” y “Paso a Paso”.
En ese pueblito perdido y oculto en las cuchillas entrerrianas el único contacto con el mundo era la radio. Así escuchaba los slogans de la época: “Los únicos privilegiados son los niños” ; “Perón cumple, Evita dignifica” o “Perón apoya al deporte”.
Justamente ese 26 de noviembre de 1954 peleaba el mendocino Pascualito Pérez en Japón. Por la diferencia horaria cuya explicación aprendería más tarde, el combate llegaba a nuestro país a la 7 de la mañana. Se dictaban las clases en un anexo de la escuela ubicada a unos doscientos metros del modesto edificio principal. El maestro era Coco Moix, el mismo que me había preparado para rendir libre primero inferior.
Pascualito Pérez había sido campeón olímpico en Londres en 1948. Como profesional llegó a la pelea por el título, con 28 años, 24 combates de los cuales ganó 23, (22 fueron por nocaut) y un empate precisamente con el campeón mundial Yoshio Shirai en una pelea realizada en Buenos Aires en julio de ese año.
En esa calurosa mañana del 26 de noviembre, el maestro nos propuso escuchar la pelea con el compromiso de mantener el secreto. Y así un grupo de chicos de 9 años complotados con Coco, seguimos emocionados la primera pelea por un título mundial que escuchábamos. La transmisión de Manuel Sojit “Corner” tenía todas las precariedades de la época y la distancia. Pero eso no impidió conmovernos cuando en el segundo y decimosegundo round Pascualito derribó al primer campeón mundial japonés. A partir de éste último round fue paliza. En el descanso de decimocuarto round un integrante de la transmisión radial se acercó a Pascualito y le preguntó: ¿ Cómo estás? Fenómeno le contesto el gigante de 1,52 y cuarenta y nueve kilos y 700 gramos. Shirai terminó el último round groggy. Luego llegó el fallo unánime de los jurados (145-139, 146-134 y 146-139). Pascualito era campeón mundial .Tal vez, en ese momento pensamos que eso era posible porque Perón apoyaba el deporte. Hoy resulta sorprendente, bordeando lo increíble, que el acuerdo económico convenido sólo lo retribuía con 2.000 dólares y como debió suspenderse la realización de la pelea en la fecha original, por una lesión del mendocino, sólo recibió la mitad, es decir 1000 dólares.
Luego la vida siguió, aunque debió pasar mucho tiempo para comprender que entonces estábamos viviendo, como dijo el notable Enrique Santos Discépolo “el tecnicolor de los días gloriosos”
En 1958 terminé el primario y en 1959 inició el secundario en Concordia viviendo en pensiones.
Cuando cursaba segundo año, Pascualito, después de nueve peleas victoriosas de defensa del título en distintos lugares del planeta, perdió el mismo con el tailandés Pone Kingpetch.
Luego vino la decadencia, las derrotas y una penosa pendiente de su vida y de su relación de pareja. En 1959 se separó, en un traumático divorcio, de su mujer Herminia Ferch, con la que tuvo dos hijos. Luego volvió a casarse con Selva Argentina Céliz que lo acompañó hasta su muerte.
Por mi parte, radicado en Buenos Aires para ingresar a la Facultad, y recibido de Contador Público en 1969, escuché en un tórrido enero, en medio de la noche y niebla de la dictadura establishment- militar, que luego de una larga agonía y sumido en una profunda depresión murió Pascual Pérez el 22 de enero de 1977. Velado en el gimnasio del Luna Park, una multitud lo despidió en el Cementerio de la Chacarita, donde debieron esperar nueve horas, porque la empresa de pompas fúnebres se negaba a realizar su trabajo si los familiares y amigos no le abonaban los 3.500 dólares, más de un 200% de lo que cobró por pelear en Japón.
Pasaron 60 años desde aquella mañana inolvidable del 26 de noviembre de 1954. Pocos de los que estuvieron entonces hoy están. El mundo es absolutamente distinto. El desarrollo tecnológico deja el recuerdo del primer título obtenido por el boxeo argentino como si hubiera sucedido hace 120 años. Hay muchísimas cosas que son mejores y algunas peores. El autor de la nota se asombra que hayan pasado seis décadas.
De fondo llega el sonido de un tango que dice: “es un soplo la vida”. La memoria hurga en la imagen que tengo de aquél chico menudo, de nueve años, con su uniforme blanco. Por un momento, Pascual Pérez vuelve a levantar su brazo en señal de triunfo, mi madre me espera al mediodía con la comida preferida y le cuento a mi viejo lo que pasó en la escuela. Ese secreto que prometimos guardar con Coco Moix y los compañeros. Pero esa imagen es una ilusión.
No están ni Pascualito, ni mis padres, ni Coco Moix, ni los compañeros, ni Perón, ni su retrato y el de Evita en aquella panadería. “Paso a paso” no es un libro para aprender a leer, sino que fue el slogan de un tesonero número 5 de River que se lo apropió cuando dirigió el último equipo campeón de Racing. Ya nadie reivindica la Revolución Fusiladora. Jubileo tiene casi las mismas precariedades de hace seis décadas. Sólo está como testimonio y testigo el edificio de aquel negocio y la casa constituyendo una pequeña y muy modesta unidad, donde los recuerdos siguen peleando con la memoria como una versión nostálgica de aquel combate que perdura como si fuera hoy, a pesar de las seis décadas transcurridas.