Los clavis son monstruos enjutos con piernas, cuerpo y cabeza de llave. En cierta mitología romana eran adorados por cualquiera que estuviera en situación de encierro pues allí los clavis eran el símbolo de la libertad, de la salida, del afuera. Sin embargo, con la profundización de un sistema jurídico basado en la propiedad privada, los clavis pasaron a ser divinidades de los propietarios. Esto hizo que se invirtiera su simbología original y se transformaran en monstruosidades del límite, de la exclusividad, de la delimitación de aquello que, en tanto propio, les es vedado a los demás.

Con los avances tecnológicos y las cárceles superpobladas, dos síntomas del siglo XXI, los clavis también son descriptos como un código o como un captcha pero en todos los casos se mantiene la idea de ser unas criaturas que median entre el egreso/ingreso de un lugar a otro.

Siguen siendo adorados por los presos y por los propietarios con igual fervor aunque estos últimos le teman a esa variante de clavis negativos encargados de abrir las puertas de las cárceles. Se dice que éstos aparecieron en la revolución francesa y en otras revoluciones y que en Argentina lograron fotografiar a un clavis cerca de Héctor Cámpora en los primeros días de su fugaz mandato como presidente.

Pero estos clavis negativos viven en el mundo onírico y rara vez cruzan el umbral hacia la realidad. Por eso es que las cárceles seguirán cerradas y sólo se abrirán en el ámbito de una feroz pesadilla.

Hay numerosos intentos de invocación de clavis negativos. Para ello se utilizan slogans y hasta imágenes que se repiten con insistencia generando un estado de ensoñación. Pero es sólo eso. No hay que temerles y si se encuentra a uno de los invocadores basta con un soplido o un golpeteo de manos para que se espante y huya despavoridamente.