El Ministro de censura
Le dieron el puesto de ministro de la nación quizá porque se lo merecía por alguna razón que desconozco, o tal vez como una compensación a priori por la tarea que debía realizar. Un trabajo sucio no lo agarra cualquiera. Y este es un trabajo miserable y rastrero. No sé si haga falta una persona miserable y rastrera para cumplirlo, desconozco qué características debe tener quien se ocupe de esas cosas . Pero es probable que una vez terminado el trabajo esa persona ya no sea la misma que fue. Las tareas nos cambian, algunas nos ennoblecen y otras no.
Cuando uno tiene enfrente a alguien que piensa distinto puede hacer varias cosas. Pero hay dos opciones que son las más anchas: se discute con esas voces o se silencian esas voces. Los totalitarios prefieren el silencio a tener que discutir y argumentar. Prefieren utilizar la fuerza para imponer su voz haciendo que la voz opositora desaparezca. Que no se escuche más.
Hay varias maneras de hacer que una voz no esté más. En alguna época la muerte física daba una solución instantánea. Pero cuando las épocas no admiten la muerte física, siempre queda la opción de matar de manera simbólica, institucional, judicial, o espiritual. El ministro, de él estamos hablando, descartando de plano la posibilidad de discutir con las voces que lo contradicen, y sabiendo que fusilar no se puede, entiende que existe la muerte civil para las personas. La muerte civil es privar a una persona de sus derechos, su dignidad, su honra, su ciudadanía. Pero la muerte civil no se consigue con un DNU. Para lograrla hay que trabajar. Y ese trabajo es el que con un juvenil entusiasmo aceptó el ministro.
El ministro trabaja a conciencia. Las voces deben morir en tanto voces que son portadoras de una verdad. Y su tarea consiste en poner a esas voces en el lugar de lo ruin, lo infame, lo delictivo. Esas voces estaban pagadas para decir lo que decían. Esas voces eran voces corruptas que contaban una historia falsa. Y para eso les pagaban un precio alto. El precio que cobran los mercenarios por las más indignas faenas. Porque el cinismo del ministro es sostener que esas ideas sólo pueden expresarse y defenderse a cambio de dinero. El dinero es vil, compra porquerías falsas, dice el ministro del PRO. (Bueno, no sé si Freud a usted le sugiere alguna idea, yo no me voy a extender.)
Pero sepamos que la voces no son importantes por sí mismas. Qué importa quién tiene o deja de tener la posibilidad de hablar para miles de personas. Lo importante es que esas miles de personas que confían en esas voces, que se sienten representadas y respetadas por ellas, que las buscan y las quieren, no pierdan su derecho a escucharlas. Eso es lo que el ministro viola. Viola los derechos de un enorme sector que no tendrá la opción de elegir a quién escuchar. Y la democracia es garantizar las opciones. Si hasta garantiza la opción de que el pueblo elija a un gobierno que va a perseguirlo y a lastimarlo.
El ministro debe creer que el pueblo va a confiar en su palabra cuando nos acusa de corruptos y mentirosos. Debe creer que el pueblo por escuchar sus calumnias va a pensar que él es un hombre de bien que llegó para limpiar la asquerosa mugre que somos. Olvida en su cacería frenética que la historia y la memoria de los pueblos nunca les dieron el lugar de benefactores a los censores, a los patoteros que eligieron ganar la discusión tapándole la boca a su adversario. Porque la tarea del ministro es en sí misma innoble, así que cualquier medio que utilice para cumplirla será innoble.
Esto ya pasó, y nos lo repiten los mayores, los que vivieron la llegada violenta de la derecha en 1955. Aquellos que decidieron terminar con la democracia y se ocuparon de escribir la historia negra de un gobierno nacional y popular. Pero los hombres pequeños escriben historias pequeñas que no llegan a ser parte de la memoria que vive en el corazón de los pueblos. Los pueblos – alguien ya lo dijo antes- no se suicidan. Creo yo que pueden jugar con la muerte un rato, pueden elegir un camino funesto, pero sólo hasta que la memoria se les despierta y recuerdan todo.
El ministro de censura –espero que pronto advierta y asuma que la censura es su función y que no tome como un agravio esto que hoy describo- sabrá que las voces que silencia son las mismas que hoy se estarían levantando contra la brutal violencia que ejerce su gobierno. Las voces que hoy no pueden contar lo que está ocurriendo con los derechos de los trabajadores. Las voces que hoy no pueden contar cómo se miente, cómo se injuria, cómo se opera, cómo se gobierna en contra de la legalidad y en contra del pueblo. Hay que admitirlo: la censura del ministro tiene una lógica irreprochable.
Este peón puesto a jugar rápidamente sobre la mesa de un ajedrez dramático, sabrá que su apasionada movida probablemente le cueste su título de ministro censor más temprano que tarde. La sutileza siempre es más disimulable y dura más que la torpeza. Y probablemente se vaya a otra oficina a seguir con su carrera llena de logros y de inolvidables maravillas. Hay que ser concretos en esto: el ministro de censura no vale la pena. Lo que vale la pena es LO que está censurando. No es mi trabajo ni el de mis compañeros de la radio y la televisión la cuestión principal. Lo que importa de verdad son los miles que pierden sus trabajos y los miles que los seguirán perdiendo.
Esto es lo que quería decir. Que cuando el ministro nos persigue, nos estigmatiza, nos pone en el lugar de delincuentes, no somos nosotros las víctimas principales. Las víctimas principales son los laburantes que se queda en la calle después de recibir los balazos de la policía. Porque lo que hace el ministro al clausurarnos es sencillamente apagar la luz para que su gobierno pueda arrasar con todo lo que le pongan por delante sin que nadie lo vea.
Pero tengo una mala noticia para el ministro y sus patrones y sus socios. Por más que su censura funcione y algunos de nosotros no estemos en los medios, el pueblo siente los balazos, el pueblo se queda sin trabajo, el pueblo sufre y va a sufrir las políticas que vienen imponiendo. Y a la larga el pueblo estará perfectamente informado sobre su propio lomo de las decisiones y los decretos que les caigan encima como palazos, que hasta acá no son metáfora. Y entonces pobre ministro, le dirán que todos los esfuerzos que hizo, su denodada persecución política, sus falacias, sus hipocresías y cinismos, sus cacerías personales, han sido totalmente en vano. Y lo peor, no se lo van a decir con esa elegancia.