Una de las primeras banderas de La Cámpora llevaba inscripta esa frase de Los Redondos, allá por el año del año 2007. Aquella incipiente agrupación había asumido el compromiso de construir una organización donde los jóvenes sean protagonistas. El desafío era inmenso, porque la consigna “que se vayan todos” del 2001 había tenido un efecto colateral: el alejamiento de los jóvenes de la participación política. Entonces la tarea era convocar y formar cuadros, es decir, sujetos capaces de tomar decisiones, de conducir procesos. El Che decía que un cuadro tiene “virtudes difíciles de alcanzar y estar sin embargo, presente en el pueblo”. La orga se nutrió de esas ideas, pero en clave de doctrina peronista adaptada al nuevo tiempo.



Néstor Kirchner fue el mentor que los apadrinó, el jefe con quien compartieron tácticas y estrategia y símbolo preciso de la identidad de toda una generación. Parafraseando la canción, todo militante de kirchnerista tiene una foto del pingüino en la cocina. Y no fue porque haya sido particularmente un líder carismático, sino que el proyecto de gobierno inaugurado en 2003 provocó transformaciones profundas que significaron una verdadera inclusión radical para los jóvenes. Ellos se sintieron agitados y conmovidos por una serie de medidas de profundo calado en el pueblo.



La muerte de Néstor fue un hecho que hizo madurar a la agrupación. En primer lugar, por aluvión de pibes que se sumaron a la militancia y después, por el mandato que habían recibido: bancar a Cristina. Así fue como la jefa los convocó a ocupar espacios de gestión y como crecieron en el Frente Para la Victoria. La Cámpora se transformó en el centro de gravedad del sistema que empezó a moldearse bajo el lema Unidos y Organizados. Como estructura tuvo un despliegue inmenso, como para poder identificarla en una pintada hasta en los barrios más remotos. Llegaron incluso a ganar poder sobre el Partido Justicialista y sobre referentes territoriales tradicionales.



Aquél sueño de una decena de compañeros de construir un organización de jóvenes derivó en el espacio político más dinámico de Argentina. Sus militantes se cuentan de a miles y le dan carnadura al proyecto que encabeza Cristina Fernández de Kirchner. Han derribado el presagio del fin de las ideologías y han revertido años de apatía. La movilización política hoy es un hecho y quedó demostrado en cada marcha a Plaza de Mayo. Pero además instalaron un modo de hacer política, con cientos de unidades básicas, con una estructura orgánica consolidada y con capacidad de acción concreta. Sus detractores están a la orden del día y no son pocos los que recelan el poder que han conquistado. Trascendió el episodio de las pecheras durante la catástrofe de La Plata, pero lo que despertaba enojo era la real capacidad de administrar el conflicto.



Todo proyecto político requiere la dimensión del futuro para desenvolverse. Como bien explicaba Galeano, las utopías sirven para caminar. Mayor aún para la juventud que nunca pierde de vista lo que está pendiente y puede pensar a largo plazo. Como contraparte, la vieja política apunta a desmoralizar con la idea de que el fracaso está a la vuelta de la esquina. La Cámpora hoy se ubica en la centralidad de la política y el reciente acto de Argentinos Juniors fue una demostración de toda su fuerza. Máximo Kirchner fue claro sobre la línea política a transitar. Esta generación no se mueve por candidaturas, ni por sondeos de opinión. Es la gloriosa juventud que recoge las banderas de la soberanía, la justicia social, la liberación, la integración regional y otras muchas. A pesar de tanto, no ha sido vencida. El futuro llego hace rato, 40 millones de argentinos ya lo ven.