El fantasma de Pirro
El escrutinio provisorio del 22 de octubre da pie a algunas generalizaciones y permite un par de irreflexivas reflexiones.
Si hay algo que, de arranque nomás, puede quedar claro, por ejemplo, es que Cambiemos parece ser, hasta ahora, inmune a sus propios actos o, por lo menos, a las consecuencias de sus actos.
Este detalle, comprensible en temas abstrusos como la deuda externa o, ya más relativamente, la desindustrialización, pérdida de derechos laborales y deterioro del mercado interno, cobra gravedad cuando de trata de la ejecución y el encubrimiento de un asesinato notorio por notorias razones políticas, y de la ejecución de otros cientos, de menor trascendencia pública, pero de aun mayor gravedad, como producto directo del desmadre de las Fuerzas de Seguridad y del nivel de demencia que son capaces de alcanzar cuando quedan libradas a sí mismas.
Esta “inmunidad” tiene sus razones, causas y consecuencias, imposibles de abordar con algún detalle o una mínima seriedad en esta oportunidad, pero un par de apuntes se pueden hacer.
La provincia inevitable
Tal como era previsible desde las primarias de agosto, el 22 de octubre (y siempre a la luz de los resultados provisorios) Cambiemos consiguió retener en provincia de Buenos Aires la mayor parte de los votos obtenidos en octubre de 2015. Sin embargo, de tomarse en cuenta que la gobernadora se empeñó a fondo y que la estrategia oficialista fue la polarización, ese buen resultado (42%), palidece junto al 48% de la segunda vuelta de 2015, y los costos que ha pagado por ello pueden ser inquietantes. Principalmente, la (¿momentánea?) pulverización de Sergio Massa como opción amable a Cambiemos con alguna posibilidad de futuro.
A dos años de haber sido plebiscitado con el 51%, es razonable que Cambiemos conservara el nivel de voto conseguido en primera vuelta: quién votó al presidente tendería a darle una segunda oportunidad, y, de paso, podía reafirmar su rechazo (razonable o caprichoso) a todo cuanto le recordara al gobierno anterior, todo ello abonado por el atontamiento de un electorado seducido por una sorprendente épica de la resignación sacrificial, uno de los tantos tópicos que aquí se soslayarán y que podrían dar para mucho.
Por el lado de lo que, según quien lo nombre, se conoce como kirchnerismo, peronismo kichnerista o ciudadanismo, tampoco hubo muchas sorpresas. Siembre limitándonos a la provincia de Buenos Aires, la ex presidenta ha conseguido demostrar dos cosas: que sigue siendo la mejor candidata para ese espacio, y que ese espacio y ella misma no consiguen una mayoría suficiente para enfrentar la “alianza” de hecho que consiguió conformar (y conservar) el oficialismo.
El caso Randazzo
A diferencia de lo ocurrido con Massa, de cuyos restos engordó Cambiemos lo bastante como para superar a Cristina Kirchner, Randazzo pudo conservar el exiguo nivel de votantes que había conseguido en las Paso. La penuria electoral del Frente Justicialista queda expuesta en la tercera sección, donde uno de los máximos líderes del Movimiento Evita (que, de acuerdo a su discurso y políticas debiera prosperar en la pauperizada región) fue superado por todo el mundo, incluido el Frente de Izquierda.
Pero la del Frente Justicialista no fue ni pretendió ser una opción. Conformada al calor del despecho, sus dirigentes aspiraban a la ambigua satisfacción del kamikaze que al estrellarse contra un portaaviones comprende que le ha hecho daño, tras lo cual marcha hacia el paraíso de los kamikazes confiando en que el perjuicio provocado haya sido suficiente como para poner a la nave enemiga definitivamente fuera de combate. Como suele ocurrir, esto sólo puede saberse con el tiempo. Entretanto, de poder mantenerse en unidad, lo que no resultará sencillo, los activistas del Frente Justicialista pueden llegar a vivir su peor pesadilla, la de haberse convertido en otra “minoría intensa”. No se trata de una opción política muy atractiva que digamos.
Pero vale detenerse un instante en el Frente Justicialista. Más allá del abismo al que suele arrastrarnos el despecho, que un candidato con tan poco encanto como Randazzo, obligado a disputar el mismo espacio político con la ex presidenta, haya podido conservar los votos de agosto habla del rechazo que Cristina o el cristinismo han sabido generar entre los que, sin errarle, podrían ser considerados “propios”. El nivel de rechazo es exiguo de comparárselo con el nivel de apoyo, pero lo bastante significativo, en tanto no hablamos de los dirigentes y activistas (allá ellos, que sin duda sabrán lo que hacen) sino de los votantes.
Es paradójico, pero así como ese medio millón de personas deberían ser o haber sido tomados en cuenta, el hecho de que, con tal de perjudicar a Unidad Ciudadana insistieran en votar a candidatos sin chances aun a sabiendas de beneficiar a Cambiemos, indica con claridad que de haber habido internas, derrotados en las Paso, esos votantes, de ningún modo dispuestos a dar su apoyo a Cristina, habrían emigrado hacia Massa, el FIT o aun Cambiemos. Sin ánimo de descalificar a nadie, es razonable sospechar que no han votado particularmente a favor de Randazzo sino en contra de Cristina, lo que convendría fuera un toque de atención y un llamado a la reflexión de unos y otros.
Los dilemas de Cambiemos
A partir del escrutinio definitivo, es probable que Cambiemos se enfrente a más de un par dilemas. Uno, llamémosle “gubernamental” o de gestión: persistir en el amasijo en masa que la sociedad todavía percibe como “gradualismo” o encarar de una vez por todas, y sin anestesia, las reformas que le exige el sistema financiero internacional, sin cuyo beneplácito no será posible proseguir con el endeudamiento para postergar el colapso económico.
Es sabido que el único modo de resolver cualquier dilema es transformarlo en problema ¡pero qué flor de problema sería este, cualquiera fuera la opción elegida por el gobierno!
Un segundo dilema es de naturaleza política, en cierto modo similar al que enfrentó (y buscó) el gobierno anterior, tanto en el periodo de Néstor Kirchner como, ya más injustificadamente, en los de Cristina Fernández.
En el caso de Cambiemos, cualquiera sea la opción “económica” por la que se incline, su base social primero y electoral después, tenderá a disminuir, y no sólo por el desgaste propio de cualquier acción de gobierno, sino por la naturaleza y la orientación de un “proyecto” que no marcha en ninguna dirección confesable (un segundo tópico que quedará pendiente).
No hay forma de que –de preservarse cierta “normalidad”– Cambiemos pueda conformar una mayoría propia que le permita gobernar prescindiendo de la fragmentación opositora y la colaboración (activa y/o pasiva) de por lo menos una de las fracciones de la oposición. Se trataría entonces de debilitar a los sectores opositores “confrontativos” y, a la vez, de alentar el crecimiento de los “colaboracionistas”, mientras el régimen oligárquico –recordémoslo, porque de eso se trata– se va restaurando mediante otros mecanismos e instrumentos (económicos y de negocios, en primer lugar, pero también informativos, judiciales, culturales, etc.).
Sin embargo, aun sin aspirar explícitamente a la mayoría propia (como era el caso de Cristina Fernández), a la luz de los resultados de agosto la sola necesidad de retener votantes y a la vez impedir el crecimiento de una oposición confrontativa, llevó a Cambiemos a polarizar la elección de octubre. Como ya se ha dicho en el caso de Massa, la estrategia fue exitosa... a un costo probablemente excesivo: la pulverización de aquellas opciones que permitían la consolidación de un colaboracionismo opositor.
Si en Buenos Aires el resultado de ese empeño a fondo fue la subsistencia de Cambiemos como primera minoría y la consolidación de Unidad Ciudadana como principal, casi excluyente oposición, a nivel nacional ha ocurrido otro tanto.
La notable recuperación de Rodríguez Saa en San Luis y, al parecer, la del peronismo pampeano, privó a Cambiemos de dos bocados que ya saboreaba, pero pudo festejar una cuantas apetitosas victorias: Santa Fe (donde quedó una vez más demostrado que las Paso, por sí mismas, no son instrumento de construcción de unidad, de mayorías ni de nada parecido), Entre Ríos, Chaco, Neuquén, Santa Cruz, etc.
Este buen desempeño en provincias gobernadas por opositores entre atemorizados y complacientes, tuvo, simultáneamente, algunos resultados inquietantes. Por un lado y tal como le ocurriera a Massa, el debilitamiento de opciones “opositoras” amables como el golden boy de cabotaje Juan Manuel Urtubey –tras las elecciones, al borde mismo del abismo–, y el cordobesismo delasotista. Por otro, la resurrección de Rodríguez Saa y la consolidación de Uñac, Insfrán y los frentes de Santiago y Misiones, así como el muy buen desempeño de los sectores llamémosle “combativos” de Río Negro, Tierra del Fuego, Chubut o Salta.
Un segundo aparte merecería el uso de “combativos” y la necesidad de encontrar nuevos términos para nombrar nuevas cosas, pero ya entraríamos muy en otro tema. Baste por hoy puntualizar que ya no hay lugar para proseguir con el perezoso ejercicio kirchnerista de confundir la reconstrucción del movimiento nacional con una abstrusa subordinación a “la jefa”. Se trata de un asunto más complejo y que requiere de mayor solvencia y creatividad de la que unos cuantos cráneos han podido demostrar (¿y van ya cuántos tópicos?).
El ejemplo de un genial estratega
El centralismo “unitario” que los gobiernos anteriores, de Carlos Menem a esta parte y sin excepción, hicieron mucho por agudizar, probablemente consiga poner en caja a los gobernadores opositores. Deberán agudizar el ingenio y elevar las plegarias a Tata Dios para no correr la suerte de Alicia Kirchner, en camino a la eutanasia, la larga agonía de los tibios y complacientes o la evaporación instantánea al estilo Urtubey.
Llevado por los resultados, Cambiemos se come hoy a los chicos crudos, pero, como suele ocurrir, el triunfalismo puede llevar a alimentarse también de los chicos propios. Sea cual sea la opción que el oficialismo tome ante los dilemas que se le presentan, el campo está muy lejos de hacérsele orégano y su situación evoca a la de uno de los grandes generales de la antigüedad.
Durante décadas, el pelirrojo Pirro, hábil estratega y monarca de la región de Epiro, fue una auténtica pesadilla para los romanos, a quienes combatió y derrotó en numerosas ocasiones. En una de ellas, que se volvería proverbial, enfrentó en Siria al cónsul Valerio Sevino. En esa oportunidad, los elefantes de Pirro arrasaron a las legiones romanas, inflingiéndoles una dura derrota. Sin embargo, no obstante las 7000 bajas sufridas, la desesperada resistencia de Valerio Sevino provocó a los griegos la pérdida de 4000 hombres.
Felicitado por sus generales, Pirro respondió: “Otra victoria como esta, y estoy perdido”.
Habida cuenta que se ha fagocitado a sus aliados y acabó fortaleciendo a la ex presidenta frente a sus adversarios internos, cabe preguntarse si no habrá sido esta la versión Cambiemos de la batalla de Heraclea.
Difícil saberlo: el futuro es siempre imprevisible y depende del propio discurrir de las cosas y de la acción de los hombres, que es como decir, de la inercia y la estupidez, aciaga combinación que constituye el principal motor de la historia.
*Publicado en Revista Zoom