Dolores
"Y cuándo será el día pregunto cuándo que por la tierra estéril vengan sembrando todos los campesinos desalojados" Triunfo agrario, Armando Tejada Gómez.
Se quiere calma, pero la contenida tensión de tantos años le muerde algunas palabras que vibran su nerviosa historia de litigio. Lee su pausado alegato ante la cámara; enumera hechos, violencias, apropiaciones, falsías. Su relato tiene por lo menos dos virtudes. Por un lado, enhebra lo singular y lo general: cuenta al mismo tiempo la historia de su familia y la historia de una clase, el relato va y viene entre ambos planos. En uno se encuentra cifrado el otro, porque la apropiación de la tierra en este país reconoce rígidos patrones repetidos a lo largo del tiempo y del territorio. Por otro, plantea aquel viejo dilema de la tierra -su memoria de latifundios y violencias, de despojo y privilegio-, pero lo inserta en un universo simbólico nuevo: el feminismo, la cuestión ambiental. A la vieja querella de la tierra han ingresado entonces nuevos actores –movimientos sociales, mujeres agropecuarias en lucha, ambientalistas, feministas, productores agroecológicos-, lo que le dio a la disputa una potencia extraordinaria.
Dolores Etchevehere ha logrado pulsar todas esas cuerdas, levantó la tapa que cubría esa podrida y rechazada historia. El tema hoy se ha vuelto inocultable.
¡Ay Dolores! –andan muchos en lamentos, rogando ahora que los temas familiares se resuelvan en privado y no con esta escandalosa irrupción de chusma de tez morena, de judíos que no son los mansos gauchos de Gerchunoff.
¡Qué peligro se cierne sobre esa clase poseedora! Ha surgido una desclasada. Alguien que creció entre sirvientes, mayordomos y niñeras, ahora le anda diciendo “compañeros” a unos insólitos sujetos que cantan en la estancia familiar algo de reforma agraria y justicia social. La memoria de esa clase sabe el riesgo que implica un desclasado; registra los apellidos Güemes, Lisando de la Torre, Guevara Lynch, Mugica… Está azorada, en guardia.
¡Qué Dolores, Luis, Sebastián, Juan Diego! –los hermanos de una sangre que niega los derechos de herencia de una mujer que torció su destino de clase y logró acceder a la vergüenza. ¡Qué Dolores, Leonor, con esta hija inusitada, desconocida!
¡Qué Dolores, pero qué torpeza! Colocar a una mujer en la indecible situación de no tener ya nada que perder: la negaron, la enfermaron, la desheredaron… Esa torpeza les ha quitado el derecho de indignarse. ¿Qué pretenden ahora? ¿No saben lo que es capaz una mujer cuando ha perdido todo?
¡Cuántos Dolores, los de la astilla del mismo palo!
Ahí lo vemos pataleando al hermano Luis, a Luis Miguel, el otrora presidente de la Sociedad Rural Argentina, el ministro de agronegocios de la nación macrista, a los gritos en la tranquera del campo (del lado de afuera, claro). “¡Proceda!” –le grita impotente a un policía desconcertado. ¿Le gustaría gritar “¡cuatro tiros!” –como dicta la historia de su clase ante este tipo de dificultades? Otros “productores”, mientras tanto, alistan columnas artilladas de camionetas para avanzar contra los “sarnosos, piojosos, punteros políticos”, para ver si logran “pegarle a uno de esos negros de mierda que odiamos tanto”. La República de la Propiedad Privada se pronuncia en estos tonos.
¡Cuántos Dolores, la historia de esta tierra!
Desde el viejo arcón de la memoria federal ha retornado un nombre: Artigas. A veces pasa. Pasó hace cuarenta años con otra palabra extraída de ese mismo arcón, agitada como bandera por otros muchachos con suma preocupación. Hoy planea, una vez más por el litoral enterriano, el espíritu del Reglamento de Tierras de 1815, agraciando con tierras a los negros libres, los zambos de esta clase, los indios, las viudas con hijos y los criollos pobres, fustigando a los malos europeos y a los peores americanos.
Aquella vieja voz hoy encarna en una mujer desclasada, desheredada en mala ley, que invoca encíclicas papales y se encuentra acompañada por tantos otros que hablan del cáncer del glifosato, del patriarcado, del latifundio, de verdad, de justicia y de reparación. Sueñan con desesperada esperanza una salida en la producción agroecológica, en la soberanía alimentaria. Lo hacen con los pies sobre la tierra; en ese llamado incluyen “a todas las mujeres y a todos los despojados, a no tener miedo para recuperar lo nuestro”.
La audacia que no abunda en la política argentina ha asomado en un lugar impensado.