Balotaje y voto en blanco
Cuatro ciudadanos entre los cuales se registran numerosas diferencias comparten, sin embargo, dos rasgos muy sugestivos que motivan el siguiente relato.
Norma tiene 60 años y es comerciante. Le parece que la Argentina no es un país serio, como sí lo son las naciones europeas que tanto admira y a las que viaja periódicamente. Cuando en alguno de sus locales se desata un intercambio de tono político, Norma inexorablemente reproduce algún titular que ha leído en el diario al que destina la mañana de sus domingos; y si la charla reclama que amplíe sus opiniones, su mente pasa de página con inconsciente velocidad y retoma algún otro título mediante el cual, sin darse cuenta, Norma desvía el tema de conversación.
Adrián tiene 45 años y es periodista. Es un tipo canchero y bien informado, de espíritu un poco conservador, que ha logrado conquistar cierto prestigio profesional. Le gusta vestir con criterio y frecuentar ámbitos más bien selectos, en los que aprendió a desenvolverse con admirable soltura. Adopta un tono de cinismo y cierta impostada complicidad cuando habla de “la negrada”, lo cual colisiona con su tez morena, su evidente ascendencia de pueblo originario y el hogar muy humilde del que proviene.
Muriel tiene 30 años y se dedica a la pintura. Supo ser, hace tiempo, una radicalizada defensora de minorías sexuales. Hoy tiene un hijo y, si bien no le sobra nada, vive con su marido en una casa que pertenece a su padre. Cuando se ve involucrada en alguno de esos debates ideológicos en los que supo brillar, Muriel mantiene el tono de una rebeldía que le ha quedado como tic, aunque las banderas que hoy levanta, un tanto precarias, no sobrepasan las edulcoradas preocupaciones de una señora establecida.
Fernando va a cumplir 20 años y dice representar a la clase trabajadora. Sin embargo, su mayor contacto con el mundo laboral se reduce a su interacción, no muy fluida, con el encargado del edificio de Juncal y Ayacucho en el que vive con su madre. Fernando estudia en la universidad pública y desprecia tanto la democracia representativa como el Estado de Bienestar, en reemplazo de los cuales suele proponer una serie de consignas valiosas pero algo inconexas, sistemáticamente situadas en un futuro que la notoria impericia de Fernando impide vislumbrar.
Queda claro entonces que las vidas de Norma, Adrián, Muriel y Fernando son bastante diferentes. Sin embargo, como se dijo, tienen dos rasgos en común. En primer lugar, su antipatía por el kirchnerismo. Norma detesta las cadenas nacionales y la personalidad de Cristina. Adrián desprecia todo lo que huela a liturgia justicialista. Muriel cuestiona la insolvencia ética de algún funcionario. Y para Fernando todas las democracias burguesas resultan igualmente condenables.
Pero más significativo se ofrece, quizá, el otro rasgo que los une. A saber: su posibilidad individual de permitirse la apatía. El privilegio de saber que ningún escenario político modificará sustancialmente la vida que viven. Cualquiera sea la fuerza que gobierne el país, Norma seguirá viajando a Europa cada año, Adrián conservará el espacio profesional que supo conquistar, Muriel seguirá viviendo con su familia en la casa que le presta su padre, y Fernando continuará disponiendo de una heladera llena y de la onerosa prepaga cuya cuota le debitan mensualmente a su mamá.
Les he preguntado a quién votarán el 22 de noviembre. Norma me dijo que el voto es secreto, pero que su hijo le ha explicado que amar a sus nietos y elegir a Macri resulta incompatible, aunque ella ni muerta apoyaría, tampoco, al candidato de la yegua. Adrián me dijo que Mauricio le parece un poco grasa y muy falto de luces, pero que a la vez está podrido de los peronchos. Muriel me recordó que ella siempre fue progresista y que, si bien no apoyaría ni loca el cóctel explosivo de Cambiemos, sus principios indeclinables le impiden votar al motonauta. Fernando me explicó que la alternativa más revolucionaria es la que, en definitiva, el 22 de noviembre lo terminará encontrando cerca de Norma, Adrián y Muriel: el voto en blanco.
Los cuatro dicen tener sólidos motivos para no votar a Macri. Pero, a la vez, cada uno ha manifestado que Scioli “no le gusta”. Yo les he recordado que uno de los dos será presidente de la Argentina hasta 2019. Sin embargo, es una elección en la que a ninguno de estos cuatro ciudadanos se le juega, en lo personal, nada demasiado relevante. Ni la casa, ni el laburo, ni la salud. En tal sentido, podría decirse que los cuatro comparten algo así como un privilegio de clase. Evidentemente, poder permitirse votar en blanco en un balotaje no es para cualquiera.