Oktubre, una novela de amor histórica atravesada por el disco emblemático de Los Redondos
La uruguaya Carolina Bello sorprendió en su país -y lo hará en Argentina cuando se publique en marzo- cuando le pidieron que escribiera sobre un disco para una colección. Oktubre es, como el segundo disco de Patricio Rey, una obra escrita con puño apretado sin perder la ternura. Un rabioso manifiesto de amor a distancia que sobrevive aferrado al ghetto ricotero, entre el infierno de Chernobyl y la primavera alfonsinista que supimos conseguir.
Advertencia I: esto es una catarsis, no un comentario o crítica de lo que dejó el libro Oktubre.
Advertencia II: la novela de la editorial Estuario se publicará en Argentina en marzo de 2019
Oktubre es una sorpresa para el paisito porque es la respuesta al pedido de la editorial de escribir un libro sobre un disco, el quinto de una colección que está en marcha.
La escritora uruguaya Carolina Bello, que no es fundamentalista ricotera, no eligió ni 'Black' de Rada ni 'A Contraluz' de La Vela ni tampoco uno de NTVG, eligió a Los Redondos.
¿En qué momento se le puede ocurrir a un escritor convertir un personaje de canción en uno de libro?
Pero no quiso contar la historia ni analizar el cd más emblemático de Patricio Rey -o sí-, no intentó desmenuzar las letras de Solari y los trucos de traste de Skay -o sí-, sino que escribió una novela para ello.
Aunque Oktubre (el libro) no es solo eso, sino también una paleta de cómo era la escena del rock naciente en la Buenos Aires del Parakultural, Luca, los Moura y Soda Stereo.
No transpira solo ricota el libro sino que además sangra la trama oscura de la explosión de Chernobyl en las narices del capitalismo de la guerra fría en la piel de una mujer ucraniana que pierde casi todo.
¿Qué nervio puede latirle a una joven soviética que escucha 'esos chicos son como bombas pequeñitas' o 'atrapado en libertad'?
La novela también narra un amor a distancia que crece en esa incertidumbre de deseo, besos y abrazos impalpables.
La correspondencia entre Olga y Hernán es la estrella del libro sí, pero no la única. En esos mensajes de 'wasap' en papel que tardaban meses en llegar se cuentan los miedos, se abrazan la curiosidad, se atajan los impulsos como quien conversa en un bar, en una habitación o mientras espera la salida a escena de la banda que les gusta.
Redondos prepara el estreno de Oktubre en la previa del Mundial de fútbol y lo edita y presenta luego del histórico triunfo en México. El libro lo sabe, los protagonistas lo saben: emboquen el tiro libre que los buenos volvieron y están rodando cine de terror
Como en los montajes curiosos con los que -sugiere Bello- Indio Solari homenajea a un gran cineasta ruso, Oktubre revela la historia de los discos hueso (de aquellas placas futuros cds) y esa clandestinidad vibrante de buscar lo prohibido -música cual libertad- al otro lado del muro.
Esa vida de ghetto es la misma que en la Buenos Aires post dictadura, la cadencia del relato de Bello logra el puente transoceánico con esas cartas con cassettes adentro (como único tesoro de los inocentes) que cruzan el mundo; entrañable y nostálgico recurso en tiempos de mensajes instantáneos (efímeros, tic tac efímero) para quiénes crecimos a la espera del correo.
¿Cuánto habrá gozado la autora al preguntarse, jugar, sugerir qué nos dicen esas letras redondas que aún galopan en el cerebro como el riff de Divina TV?
Decir que Oktubre es la excusa de Carolina Bello para hablar de Los Redondos es poco, es vago, simple.
El puño urgente y delicado de la escritora uruguaya -este es su cuarto libro- no se cuece al primer hervor -diría el propio Solari-. Ni cuando drena en nombre de Olga, a quien Chernobyl le acaba de explotar en la cara a diez cuadras de su casa; ni cuando cambia la piel y la aleja del espejo en el que a Hernán la imagen le desfigura un país que adolece una primavera que no limpia la sangre que salpicaron sus flores.
Entonces el ghetto ricotero en la ebullición de la mitad de los años ochenta es mucho más que eso. Es más bien un nido donde pían indefensos los pájaros de la noche que cantan y nadie ve.
¿Será difícil que los lectores ricoteros no se sientan Hernán? ¿Cómo decodificará tanto guiño quien no tenga metidas las patas en la fuente donde chapotea Patricio Rey?
Oktubre es un libro donde se presenta la cultura soviética y también la argenta, cruzada por la historia de una madre que llevó sus tangos a Kiev y parió una bomba pequeñita.
Allí están la prosa rabiosa y toda esa música perturbadora, tanto la de Carolina Bello como la del disquito rojo y negro que vino a sacudir el mismo viejo culo azul del cielo del rocanroll, tal solía recitar Enrique Syms.
El libro es visceral desde la escritura con la que narra la tercera voz, inquietante en datos y revelaciones... Faltan tres hojas y el final -¿es en dónde partí?-, se alborota como placer del que vive maniatado.
¿A dónde corremos con los ojos ciegos bien abiertos?
De medir acrobacia y saltar también trata Oktubre, que al fin y al cabo ese es nuestro reflejo como estandarte para sobrevivir.