Pasaron setenta años desde que Adolf Hitler decidió poner fin a su vida  ante el miedo de saber que había perdido la guerra. Resulta interesante remarcar que lo hizo bajo tierra, oculto sin la gloria sangrienta que supo construir.

"Todos los años lo mismo" dice un poblador de la ciudad Braunau-am-Inn en el límite entre Austria y la Baviera  alemana.  Un grupo de personas se congrega todos los años para repudiar al dictador frente al edificio derruido que fue la casa donde creció.

Si bien muchos piden derrumbar la casa otros bregan por conservarla y así "no olvidar". El principal problema, como ocurrió con su búnker, es que el espacio se convierta en una especie de altar para los neonazis que siguen adorando a Hitler.

En 1972 el gobierno austríaco alquiló la vivienda a su propietaria, Gerlinde Pommer, y la utilizó con fines administrativos y educativos. Incluso llegaron a albergar sobrevivientes del holocausto con el fin de borrar parte del horror de ese hogar.

Después de casarse con Eva Braun, en la medianoche del 29 de abril de 1945, Hitler se suicidó al dí­a siguiente a las 15.30 tras dispararse un balazo en la cabeza en su búnker. Su esposa, y muchos de aquellos que todavía le eran leales, murieron envenenados tras consumir una dosis de cianuro.

Según diversos testimonios, Hitler y su esposa fueron encontrados en un sofá con un gran charco de sangre a sus pies.

"Mi lucha"

Luego de la polémica que se dio recientemente en Rusia con el retiro obligatorio- y paradójico-  de  Maus de las librerías por "contener propaganda nazi", surge otro debate ya que al cumplirse setenta años de la muerte de Hitler pasaron a estar liberados los derechos de  "Mi lucha" (Mein kampf).

La obra fue publicada el 18 de julio de 1925, con el fin de denostar al  "poder judí­o mundial" y a enumerar los errores del Tratado de Versallles. Luego de que Hitler fuera nombrado canciller en 1933 su lectura pasó a ser  obligatoria en Alemania para luego pasar a ser prohibida tras su caída.