En México también añoran los tiempos del imperio
Ante un numeroso grupo de vecinos selectos, se llevó una misa para recordar al segundo monarca mexicano: el austríaco Maximiliano I.
El llamado del cura Miguel Hidalgo y Costilla a los feligreses para que se sublevaran contra de la autoridad virreinal de la Nueva España en la mañana del 16 de septiembre de 1810, disparó la lucha independientista de México. "¡Viva Fernando VII!", era la principal consigna de aquel llamado.
Así fue como, más tarde, el trono del nuevo reino de México le fue ofrecido a Fernando o alguno de sus hermanos, pero el monarca español rechazó el convite; de modo que finalmente se impuso por aclamación popular Agustín de Iturbide, a la sazón libertador del país.
El 21 de julio de 1822, entonces, Agustín I era coronado como emperador de México, pero este imperio no duraría demasiado: menos de nueve meses después se impuso un gobierno republicano, apoyado principalmente por los Estados Unidos y la masonería.
En mayo de 1823 y tras haber sido forzado a abdicar, Iturbide se embarcaba rumbo a Europa junto a su esposa, ocho hijos y diecinueve sirvientes. No obstante, los ‘iturbidistas’ comenzaron a organizarse y conspirar para reintarurar la monarquía.
En secreto, el exemperador retornó a México: el 14 de julio de 1824 desembarcaba, el 16 del mismo mes era detenido y tres días más tarde fusilado. Así concluía el primer imperio mexicano.
Pero quiso la historia que hubiera un segundo imperio entre 1863 y 1867, cuando los conservadores mexicanos y la Iglesia de ese país, apoyados militarmente por Francia y Austria-Hungría y con la anuencia de Inglaterra, instauraron a Maximiliano de Habsburgo como emperador luego de la segunda intervención francesa en el país norteamericano.
El 10 de julio de 1863, la Junta de Notables mexicanos emitía el dictamen por medio del cual se declaraba que “la nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico” y “el soberano tomará el título de Emperador de México”.
Le ofrecieron el título a Maximiliano y aceptó. El 10 de abril de 1864 se llevaba a cabo la coronación del nuevo emperador que inició un gobierno que, al menos, es considerado contradictorio por algunos historiadores.
La oposición al nuevo régimen fue encabezada por el presidente Benito Juárez, quien había sido destituido por las fuerzas francesas que habían invadido el país. Y con el apoyo de los Estados Unidos, que no deseaba la presencia en América de un régimen leal a las monarquías europeas, terminaron imponiéndose al segundo imperio.
Estados Unidos había acabado su guerra de secesión con el triunfo del Norte, de modo que se volcó miliarmente a la recuperación republicana de México, y Europa enfrentaba un período de gran inestabilidad, con serios peligros para el emperador francés Napoleón III, quien finalmente decidió retirar sus tropas del país americano.
De modo que el país quedó en manos de los liberales de Juárez y, temiendo por la vida del monarca, los jefes militares franceses le sugirieron abdicar y regresar a Austria bajo su protección.
Pero el monarca no aceptó y prefirió quedarse en México hasta el final. Así, tras un juicio sumarísimo, Maximiliano I (de 34 años) fue condenado a muerte y ejecutado el 19 de junio de 1867. Idéntico destino que el de su predecesor imperial.
Sin embargo, sigue habiendo en México –como en Brasil– quienes añoran semejante régimen. De hecho, este miércoles se celebró una misa en memoria de Maximiliano de Habsburgo, adonde estuvieron los descendientes directos de los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, sindicados como "colaboracionistas" durante la invasión francesa, fusilados junto al emperador.
La ceremonia religiosa organizada por Carlos Felipe de Habsburgo se llevó a cabo en la iglesia de San Ignacio de Loyola, en Polanco, un barrio muy exclusivo donde se encuentra la famosa calle Presidente Masarik, que alberga las tiendas de moda más exclusivas del país.
La historia terminó siendo bastante benigna con el emperador austriaco, a quien se sindica como un reformista que hasta decepcionó a los conservadores y a la Iglesia que lo habían patrocinado. Para Miramón y Mejía, sin embargo, les reservó el lugar “traidores a la patria”.