A Franz Peter Tebartz van Elst no lo querían ni en su diócesis. "Si no se hubiese ido a Roma para hablar con el papa, los colegiales y sus mismos padres le habrían comenzado a tirar piedras”, describió un profesor que trabajaba en la sede episcopal de Limburgo, una de las provincias de los Países Bajos.

Luego de que se conociera el increíble gasto de 31 millones de euros en la remodelación de una sede -que había sido renovada pocos años antes- incluyendo una bañera de 15 mil euros, entre otros excéntricos lujos. Pero ese fue apenas, uno más de sus caprichos.

En 2009, cuando el sacerdote tomó confianza en el cargo de obispo, encomendado en 2007 por el entonces papa germano, Benedicto XVI, echó para atrás las reformas liberales y ecuménicas de su antecesor, quien incluso se había atrevido a bendecir, informalmente, la unión entre dos hombres.

Ni bien desembarcó en el Vaticano, removió a todo el personal de la diócesis, se negó al diálogo directo con los feligreses e ignoró las cartas abiertas de preocupación que le hicieron 245 sacerdotes.

Cuando Ratzinger lo instaló como obispo titular en Limburgo, “allí comenzó o se reveló su debilidad por el poder, el lujo, la vanidad”, relataron los habitantes más fieles de Limburgo.

En octubre último, el Vaticano informó que Franz-Peter Tebartz-van Elst había sido suspendido tras "un profundo examen sobre la construcción de la sede episcopal", realizado por el cardenal italiano Giovanni Lajolo.

El papa Francisco ya expresó que quiere una iglesia pobre y para los pobres: "pastores con olor a oveja", afirmó en claro contraste con las tendencias de Tebartz van Elst.