Y esos ojos ocultos que observan su piel escandalosa
Nuevamente la escritora Julieta Habif nos deleita con un relato que inquieta y hace cosquillas. Mirar a quien nos gusta, imaginarnos cómo despacito se sacan la ropa, se acuestan y se estimulan. Ese silencioso y delicado labor del voyeurismo.
Un triángulo que el sol dejó blanco, impoluto, inmaculado verano tras verano. Limita con el final de su panza perfecta, que tiene ese desnivel para afuera y por debajo del ombligo, ese de cuando las modelos están de dos, tres meses y suben foto mostrándolo; pero en una piba normal. Una hermosa piba normal. A los costados, sus piernas marcan dos pliegues que muestran y ocultan con cada paso que da. Esa concha es inmejorable. Va y viene. Va y viene. Va y viene. Pensás que todas las conchas del mundo deberían hacerse en imagen y semejanza a ese pedacito de piel blanca que se pasea por su casa dando un show privado. Una piba normal con una concha que se celebra a sí misma todo el tiempo. Tocala. Hacete un favor y tocala despacio.
Podrías mirarla bañarse y excitarte. Sos el agua que va cayendo. Lento. O al ritmo que quieras. Podés recorrerla como los restos de shampoo que le caen por las tetas. Gotas que frenan en el pezón y el hedonismo las tira por un precipicio hasta la bañera. Que esté llena de espuma te enloquece, hierve una necesidad de estrellarte contra ella y destrozar todo el patrón blanco, delicado; pero el agua le queda mejor.
Sabés exactamente cómo se siente su piel. Satinada, como con una lámina permanente de crema que se absorbió rápido pero dejó su humo.
Alguien alguna vez le dijo que hay que secarse de a golpecitos, no pasando la toalla. Y así lo hace. Disfruta de estar desnuda tanto como vos que la mirás. Eso te calienta. Querés que se toque, que se aproveche. Querés que no se vista en la puta vida.
Tiene la cola chica y redonda. Cada lugar en que se sienta parece haber sido fabricado para esa cola. Cómo se hunde, cómo el contacto es la toma perfecta. Sentate en mis piernas. En mi pija. En mi concha. En mi cara.
Apoyame tu cola entera donde quieras.
Sabés que está un poco húmeda.
Que te tirarías de cabeza.
Que quisieras hacerla acabar gritando.
Morderle las tres de la tarde, el rayo de sol más agotador y profundo que haya vivido.
Va y viene.
Cierra la puerta y desaparece. Deseás que no se ponga ni la bombacha. Que se meta en la cama así, desnuda y perfecta y apenas mojada. Imaginás cómo las sábanas acarician muy despacito. Cómo ella va acercando sus largos dedos a esa concha perfecta.
La piel es siempre escandalosa. Transpira, se brota, se raspa, se paspa, se estira. Se pliega en un triángulo perfecto y húmedo que sólo toca hasta el cansancio, por lo menos hoy, ahora, una hermosa piba normal.