Según la Real Academia Española la palabra “paradigma” hace referencia a aquello que es ejemplar, único, que marca un antes y un después. A lo largo de la historia lo ha producido la caída de Constantinopla, el nacimiento de Cristo, la caída de las torres gemelas y tantos otros hechos más. Pero si a fútbol nos referimos ningún acontecimiento ha dejado tanta huella como El Maracanazo y es ahora, con un mundial que se desarrolla nuevamente en Brasil, que su recuerdo vuelve a hacerse presente con más vigor que nunca.

Desde el lado uruguayo apelan a reivindicar aquel fantasma, que tan sólo la alusión al gran capitán Obdulio Varela, áquel al que el escritor Eduardo Galeano definió como un “negro mandón y bien plantado”, genere el mismo temor en la torcida brasilera que el que provoco el 16 de julio de 1950 cada vez que tocaba la pelota. Estrenarán en los cines un documental con imágenes restauradas en hd, llevarán a Brasil al verdugo y único sobreviviente de aquella final Andrés Ghiggia, jugadores emblemáticos de la actual selección como Luis Suarez reavivan aquella gesta hace ya varios meses.

En Brasil sucede lo contrario. Buscan espantar al fantasma con su alegría. Le ha ido mal la última vez que se confió tanto. El día del Maracanazo, cuando tan sólo con el empate se coronaban campeones, los diarios brasileros sostenían “La Copa será nuestra”, “Brasil Vencerá”, sin embargo, tras el resultado eso se convirtió en “El Hiroshima brasilero” y “La peor tragedia en la historia de Brasil”.

Si hay una persona que padeció no sólo ese día el sufrimiento de la derrota si no durante toda su vida es Moacyr Barbosa. Sin haber tenido especial responsabilidad en ninguno de los dos goles uruguayos, Barbosa quedó ante los doscientos mil fanáticos y ante la sociedad brasilera (por los siglos de los siglos) como el gran culpable. El desprecio fue total. En 1993 quiso visitar a la selección de su país para la grabación de un documental inglés pero el ayudante del entrenador Parreira, Mário Zagallo le prohibió la entrada por la mala suerte que podría traer consigo. En el año 2000, “el arquero del Maracanazo”falleció. Según las palabras del escritor mexicano Juan Villoro, esa fue su segunda muerte.

“Esos once muchachos vestidos de celeste entraron a cumplir con un trámite” describe el autor argentino Eduardo Sacheri en su apasionado cuento “Una sonrisa exactamente así”. Otros once serán los que aliste Tabarez en este mundial, los que deberán lidiar con un difícil grupo compuesto por Italia, Inglaterra y Costa Rica. Que alguna selección repita lo ocurrido en 1950 no suena más imposible que lo que se logro aquella vez. Cualquiera que demuestre que alguna vez el débil puede vencer al poderoso. Aunque eso haga llorar al padre de Pelé.