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Nota 'Marca' de España:

Pasajeros al tren. El Madrid no podría ser un vehículo más cotidiano. Sobre unos raíles que no admiten curva, atravesando el enorme desierto que es la Liga, viendo caer las jornadas con naturalidad. Amanece, gana, anochece, sigue líder. Cotidianidad. El mínimo traqueteo, ese llegar al tramo final del partido con la necesidad aún de asegurar el partido, es toda la sensación de movimiento que se tiene en Chamartín.

Tal es la cosa que Bale regresa 88 días después y en menos de un cuarto de hora se pone a la velocidad del equipo, se sube a la locomotora en marcha y finiquita el partido, tres puntos más, tres paladas de carbón al motor, y a seguir.

Si el Real Madrid fuese un superhéroe de cómic, su superpoder sería conseguir hacer extraordinaria la normalidad. Si un vecino cae de un quinto piso, allí estaría para acolchar su caída entre los brazos. Si un rayo fuese a caer sobre un parque infantil, sin duda encontraría un pararrayos para desviar el impacto. Siempre está, sin aspavientos. Habitualmente sin homenajes ni elogios. Salva vidas porque sí. Gana partidos porque alguien ha escrito su historia así. El agua moja, el Real Madrid gana.

Y así fue ante el Espanyol, un equipo que se presentó en el Bernabéu con un plan. Aguantar el máximo tiempo posible con una mínima opción de puntuar. Y sin hacer nada excepcional, más allá de una defensa sólida, entró en los últimos diez minutos con un 1-0 en el marcador que no le hacía torcer la mueca. Tanto que Jurado, que fue cambiado en el 82', se marchó andando, perdiendo pero andando, intencionadamente andando, esperando consumir tiempo para, quién sabe, llegar a un segundo antes del pitido final perdiendo por la mínima.

Jugó bien el Madrid. No gastó las pilas del marcador como en otros encuentros en los que tuvo menos fútbol, pero merece un destacado su buen hacer. Controló, con ayuda de un Espanyol acomodado en la esquina del ring, pero dominó sin duda. Apoyado en un Carvajal extraordinario, un Kovacic que es una inversión a largo plazo que arroja beneficios desde el primer día y un Isco al que duele ver tan poco. Un partido del Madrid sin el malagueño es como un capítulo de Juego de Tronos en el que no vemos a la Khaleesi. Sí, vale, pero no.

De sus botas salieron los dos goles del Real Madrid. El primero, cabeceado a la red por un Morata que celebró su regreso a la titularidad marcando. Ahora que Bale está recuperado, que Benzema se reconcilia con propios y extraños y que Cristiano, sin marcar, está en el mejor momento de la temporada, se antoja complicado verle de forma regular. Pero es un secundario de lujo. El Madrid, por cierto, sumó 42 partidos seguidos marcando. De nuevo, lo extraordinario convertido en cotidiano.

Ronaldo, que dejó el detalle de una elástica brutal con caño incluido, estuvo fino, rápido, curado de esa tortícolis que parecía impedirle mirar a los compañeros con la bola en los pies. Con la versión más cooperativa de Cristiano, el Madrid se dedicó a fabricar posesiones eternas, sacando el babero cada vez que la bola besaba los pies de Isco. El Espanyol miraba y miraba y apenas soltó un latigazo, del enmascarado Hernan Pérez.

Saltó Bale al césped, se pasó un rato saludando a las briznas nuevas de hierba de la banda izquierda del Bernabéu, tiempo hacía que no las veía y alguna recién nacida le conocería por primera vez, Isco le mandó un pase en profundidad que le dibujó una sonrisa en la cara y, en carrera, soltó un zapatazo al palo largo para sentenciar.

El Espanyol pecó de todo pero el Madrid trabajó la victoria. Entre semana tiene ocasión de convertir uno de esos asteriscos que lucen a su lado en la clasificación en tres puntos, en otro atardecer más en busca de una estación final que se lleva saltando demasiados años, la del título de Liga.