El argentino del Chapecoense: "Corrimos cinco minutos y estuve a punto de llorar"
Alejandro Martinuccio, que no subió al fatídico vuelo donde murieron la mayoría de sus compañeros y el cuerpo técnico, se asume como referente del plantel de Chapecoense que empieza a renacer.
El comienzo de esta pretemporada de Chapecoense, la más especial de su historia, arroja un doble desafío sobre Alejandro Martinuccio, el futbolista argentino que no se subió al fatídico vuelo 2933 de LaMia sólo por estar lesionado en aquel momento en que el equipo buscaba consagrarse en la Copa Sudamericana. Son días en los que llorar por los rincones se volvió un hábito. Un casillero que antes usó un amigo que se fue trae un recuerdo a la mente, y esa evocación, la tristeza. A su vez, el volante que surgió en Nueva Chicago se convirtió, de un día para el otro, en el gran referente del nuevo equipo.
Por carácter, por carisma y por ser uno de los pocos integrantes -además de él, Nené y Moisés continúan- del legendario plantel de 2016 que siguen en Chapecó, casi toda la responsabilidad recae sobre él. Debe guiar a los nuevos, dentro y fuera de la cancha. "No eludo esto de ser referente, es natural. Por un lado me gusta, ponen toda la confianza en mí. Intentaré demostrarles a los jugadores que están llegando cuál fue el camino que nos llevó hasta donde nos llevó el año pasado, a puro respeto y humildad. Lógico que voy a tener que ser muy fuerte, por haber perdido a tantos amigos y tener que volver a los mismos lugares en los que fui feliz y sufrí más de una vez con ellos. Los recuerdos son pesados", admite Martinuccio, de 29 años.
Emocionarse forma parte de su vida desde la tragedia que lo dejó casi solo en un plantel que le dio, tal vez, los momentos más grandiosos de su carrera. Ayer, en la práctica vespertina, que se llevó a cabo en el gimnasio ubicado debajo de las tribunas, hubo un momento que lo desarmó. Con banderas y pancartas, más de 300 hinchas se instalaron en la platea y una de las cabeceras para pedir que los jugadores salieran a saludarlos. Les dieron el gusto. "Todo es especial y muy emotivo ahora. Hoy, cuando entramos en la cancha para entrenarnos, ver a toda esa gente realmente me impactó. Corrimos cinco minutos y estuve a punto de llorar más de una vez. Me aguanté porque el momento era de alegría, de esperanza, pero no siempre puedo contenerme", dijo Martinuccio, haciendo una pausa, tal vez, para no volver a quebrarse.
Lógico, nadie está preparado para este tipo de situaciones, pero el argentino se ve dispuesto a encararlas. "Ver los casilleros de los que eran mis amigos, con sus números y sus fotos me tira el mundo abajo. Sobrellevar la muerte de dos o tres compañeros en un grupo debe ser difícil, pero que se te mueran casi todos los que compartían el día a día con vos es demoledor. De todas formas, la vida sigue y necesito ser fuerte", explicó Martinuccio. "Lo que me da esperanza es que los veo a Neto y a Alan Ruschel y encuentro a los mismos que eran, a pesar de estar súper golpeados. Creo que eso me va ayudar, y ellos pueden ser nuestra fuerza este año", agregó.
Uno de los "milagros" que se pasean por el club, Neto, es su amigo; aún hoy, el zaguero sabe cómo hacerlo sonreír. "Todos los cargamos, porque no para de hablar, aún después de lo que pasó. Pero creo que hay personas que afrontan lo duro que les pasa contando todo y otras se recluyen. Él es de los primeros, un gran charlatán, pero la procesión debe ir por dentro; a su vez, es un gran amigo, con quien compartí cumpleaños y casamientos". Su semblante vuelve a cambiar, al trasladar lo que Neto le contó de la caída del avión. "Me dijo que él iba atrás y se puso a rezar sin parar. Sin embargo, recuerda que otros compañeros continuaron jugando video-juegos porque pensaron que no estaba pasando nada. Duele pensar en eso, pero por suerte quedaron algunos para contar la historia".
La esperanza de Martinuccio se sostiene, en parte, en una visión particular de las consecuencias de la tragedia. "Yo siempre digo que Dios les dio la gloria a esos jugadores porque quizás, si jugábamos la final y no se ganaba, se olvidaban del equipo. Con esto, todo el mundo se enteró de quiénes eran ellos, de qué es Chapecoense: un club que logró muchísimas cosas en cinco años, que paga los salarios al día y que no se distrae con nombres de jugadores imposibles", sostuvo.
Enseguida contó que su esposa mantiene un fluido contacto con familiares de las víctimas, sobre todo con las parejas de Ananías y Danilo, el recordado arquero. "Pero igual creo que lo mejor es que ellas estén lo más cerca posibles de su familia, de sus padres, porque después de los homenajes y el velatorio, en Navidad se quedan solas, y ahí es donde viene el vacío, donde los recuerdos golpean fuerte. Yo no quiero estar en su lugar, pero cada vez que me veo con familiares de los fallecidos les digo que no dejen de contarles a sus hijos, a los más chiquitos, lo enormes que fueron sus padres, que pasaron a ser leyendas", dijo el volante.
De ojotas y sin demasiada prisa, Martinuccio sale del club. Las luces se van apagando detrás de él. Una vez afuera, un grupo de entre 10 y 15 hinchas aún lo espera. Al verlo, gritan y, desesperados, bajan a abrazarlo. "Sos nuestra gran esperanza y estamos para lo que necesites, Martinuccio. Deja a Chapecoense donde merece estar, por los que se fueron", le dicen, mientras lo abrazan uno tras otro. Le dedican cánticos, le sacan fotos. Él corresponde y luego sigue su camino rumbo a casa, para pensar en soledad en lo que fue y, si quedan energías, en lo que se viene.
La Nación