El ancho de espadas había sido utilizado en primera ronda. Nueve puntos sobre nueve posibles. En octavos de final se transformó en una carta marcada y debió aparecer aquel que mucho intentó, el cántaro que de tanto ir a la fuente terminó mojándose de gloria: Ángel Di María.

Su rol lo conoce a la perfección. Convive en su equipo con Cristiano Ronaldo y en su selección con Lionel Messi, los dos anchos de espadas del fútbol mundial. Es consciente de que sus declaraciones no irán a la primera plana, que los flashes no lo buscarán con urgencia y que en la cancha no podrá disponer de las pelotas paradas.

Los reconocimientos suelen llegarle tarde. En el Real Madrid vivió un confuso episodio con la hinchada a comienzos de temporada cuando según la prensa española el jugador procedió a tomarse de los genitales ante algunos silbidos que lo tuvieron como blanco en el Santiago Bernabéu. Su relación con los madrileños se llenó de luces amarillas pero el tiempo terminó demostrando la clase de jugador que es al consagrarse como figura de la final de la Champions League cuando se equipo venció al Atlético de Madrid. Fue tras ese encuentro que muchos medios salieron a marcar el cansancio que traería Di María encima. Los 120 minutos contra Suiza demostraron lo contrario.

En la selección Argentina, si bien nunca se dudó de su titularidad, hasta antes del mundial su imagen quedaba por detrás de la de Aguero, Higuaín y, por supuesto, de la de Messi. En el Arena Corinthians, con Aguero lesionado e Higuaín en un bajo nivel, lo probó todo. Jugó y desbordó por izquierda, por derecha, fue hacia el centro y pateó al arco, lanzó centros hacia un olfato goleador que todavía no aparece en la cancha, marcó, y corrió todas, hasta la última, la de su gol.

A diferencia de Messi, que prefiere pasar por ancho falso durante varios minutos del partido quizás para que sus fabulosas entradas sean más sorpresivas, el jugador del Real Madrid está visible siempre, la pide y se mueve, las corre todas.

Nadie duda que Messi, el de la asistencia al gol, es el de espadas. Ante Suiza, una vez más, quedó claro que Mascherano es el de bastos. Le brinda equilibrio al equipo, lo acomoda, le habla a Messi, al referí, al rival, a quien sea, en varios idiomas y en el lenguaje universal de los gestos. Otro gran partido del número 14. Pero el jugador determinante en San Pablo fue Di María, el 7 de espadas del mazo que tiene Sabella, el que nos hizo cantar vale cuartos.