Destino y Paranoia se fueron al río.
Hacía rato que no sentía vergüenza por y de mí. Pero este fin de semana tuve un episodio perturbador que logró que me pusiera una quinta amarilla y deba cumplir una fecha de suspensión. Teníamos 5 pelotas de fútbol en mi casa. Dos del montón, una más o menos buena, y dos top. Por supuesto que las dos top las perdimos por prestarlas; las dos berretas se pincharon pero aún están en nuestro poder y la más o menos buena es con la que jugamos al fútbol mis hijos y yo. Es una Penalty del año 97 ó 98 que me había ganado en un programa que hacía Matías Martin en Canal 13 y que se llamaba "Locos por el fútbol". Se estarán dando una idea del tiempo que ha pasado. Bien… continúo.  La cuestión es que la pelota estuvo durmiendo una siesta de casi 16 años (sí!!! estuvo 16 años a la sombra) hasta que decidí inflarla y ponerla en circulación. Para mi fue como abrir un Felipe Rutini, pero luego me di cuenta que no solo yo tenía 16 años más que en la oportunidad en que ví el balón por primera vez.
Inflamos la pelota y jugamos unos fines de semana en el club y le perdí el rastro. Me desinteresé del tema y paso el tiempo hasta que el domingo próximo pasado, en el club al que voy, veo la pelota en una mesa rodeada de un par de buzos, unas raquetas y un skate que no eran ni de mis hijos ni de mi esposa ni míos por supuesto. Me acerco, la miro y al leer el nombre del modelo advierto que es mi pelota. Miro para todos lados y la tomé entre mis manos. La hice girar y advierto un giro ovoide igual de "mi Penalty". Mascullo una puteada para uno de mis chiquitos pero no entre en pánico. ¿Que podía hacer? ¿preguntarle a los chicos dueños de las raquetas y del skate como habían conseguido la pelota? A comerla papá!!! Cuidá tus cosas y no vas a tener ningún problema; pero como la posibilidad de que hubiera dos falsos “Felipes Rutinis” en un mismo club con 2 meses de diferencia era casi nula, no pude evitar caminar bastante enojado hasta donde estaba mi hijo mayor con una frase que , lamentablemente heredada, me taladraba la cabeza: "¿Por qué perdemos siempre las cosas nosotros?"
LLego hasta donde estaba Jeremías (mi hijo mayor así se llama) y le pregunto: ¿Che Jere...¿la pelo gris que vos decís que siempre está dura donde está? Luego de pensarlo unos segundos me dice: “en casa". La verdad que no me convenció ni un poco pero trague saliva. Existe un pacto de caballeros entre hijos varones y padres que entra en juego en casos especiales y a edades cortas o relativamente cortas. El nene miente y lo sabe, el padre escucha y también lo sabe pero deviene un silencio que sella un "aquí no ha pasado nada".
Olvidé el tema y me volví para mi casa junto a Jere para ver el partido de River sin decir ni una palabra del acontecimiento.
A los 5 minutos del primer tiempo la voz de Jere se escuchó cruzando el comedor diciendo "Acá esta la pelota papá!!!" y apareció con sus rulos endemoniados trayendo entre sus manos el “Felipe Rutini”
Salvo mi esposa, nadie más sabia de mi teoría conspirativa, por lo que la montaña de miseria que cayó sobre mí no llevaba el peso mortal que hubiese tenido si acusaba a mi hijo de desentendido de sus cosas, y de haber perdido otra pelota más.
Todos los días me pregunto cuál es el grado exacto de paranoia que hay que tener para no sufrirla.

Hacía rato que no sentía vergüenza por y de mí. Pero este fin de semana tuve un episodio perturbador que logró que me pusiera una quinta amarilla y deba cumplir una fecha de suspensión. Teníamos 5 pelotas de fútbol en mi casa. Dos del montón, una más o menos buena, y dos top. Por supuesto que las dos top las perdimos por prestarlas; las dos berretas se pincharon pero aún están en nuestro poder y la más o menos buena es con la que jugamos al fútbol mis hijos y yo. Es una Penalty del año 97 ó 98 que me había ganado en un programa que hacía Matías Martin en Canal 13 y que se llamaba "Locos por el fútbol". Se estarán dando una idea del tiempo que ha pasado. Bien… continúo.  La cuestión es que la pelota estuvo durmiendo una siesta de casi 16 años (sí!!! estuvo 16 años a la sombra) hasta que decidí inflarla y ponerla en circulación. Para mi fue como abrir un Felipe Rutini, pero luego me di cuenta que no solo yo tenía 16 años más que en la oportunidad en que ví el balón por primera vez.

Inflamos la pelota y jugamos unos fines de semana en el club y le perdí el rastro. Me desinteresé del tema y paso el tiempo hasta que el domingo próximo pasado, en el club al que voy, veo la pelota en una mesa rodeada de un par de buzos, unas raquetas y un skate que no eran ni de mis hijos ni de mi esposa ni míos por supuesto. Me acerco, la miro y al leer el nombre del modelo advierto que es mi pelota. Miro para todos lados y la tomé entre mis manos. La hice girar y advierto un giro ovoide igual de "mi Penalty". Mascullo una puteada para uno de mis chiquitos pero no entre en pánico. ¿Que podía hacer? ¿preguntarle a los chicos dueños de las raquetas y del skate como habían conseguido la pelota? A comerla papá!!! Cuidá tus cosas y no vas a tener ningún problema; pero como la posibilidad de que hubiera dos falsos “Felipes Rutinis” en un mismo club con 2 meses de diferencia era casi nula, no pude evitar caminar bastante enojado hasta donde estaba mi hijo mayor con una frase que , lamentablemente heredada, me taladraba la cabeza: "¿Por qué perdemos siempre las cosas nosotros?"

LLego hasta donde estaba Jeremías (mi hijo mayor así se llama) y le pregunto: ¿Che Jere...¿la pelo gris que vos decís que siempre está dura donde está? Luego de pensarlo unos segundos me dice: “en casa". La verdad que no me convenció ni un poco pero trague saliva. Existe un pacto de caballeros entre hijos varones y padres que entra en juego en casos especiales y a edades cortas o relativamente cortas. El nene miente y lo sabe, el padre escucha y también lo sabe pero deviene un silencio que sella un "aquí no ha pasado nada".

Olvidé el tema y me volví para mi casa junto a Jere para ver el partido de River sin decir ni una palabra del acontecimiento.

A los 5 minutos del primer tiempo la voz de Jere se escuchó cruzando el comedor diciendo "Acá esta la pelota papá!!!" y apareció con sus rulos endemoniados trayendo entre sus manos el “Felipe Rutini”.

Salvo mi esposa, nadie más sabia de mi teoría conspirativa, por lo que la montaña de miseria que cayó sobre mí no llevaba el peso mortal que hubiese tenido si acusaba a mi hijo de desentendido de sus cosas, y de haber perdido otra pelota más.

Todos los días me pregunto cuál es el grado exacto de paranoia que hay que tener para no sufrirla.