La imagen de Agustín Orión sobre el cierre del partido será difícil de olvidar. Y el cabezazo a la red de Ramiro Funes Mori aún no deja de sobrevolar por la memoria de los fanáticos.

La ilusión se desinfló como el deseo de tantos que fueron al ‘templo’ con la premisa de encontrar aquello que nunca llegó, bajo una llovizna continua.

El dolor y la bronca persisten. Buscar las explicaciones de la derrota, a esta altura, poco sentido tiene. Quedarse con la grandísima entrega del equipo no reconforta pero alimenta el ego.

Observar a Juan Román Riquelme en un elevado nivel (como hace tiempo no se lo veía) ostenta el deseo del futuro y ofrece tranquilidad en lo inmediato.

Los entendedores en la materia, afirman que los clásicos están hechos para ganarlos y no para jugarlos; aunque el camino para llegar al éxito sea más corto.

El tren del campeonato ha tomado más distancia del barrio y la pregunta que circula por los pasillos de la ‘Bombonera’ es cómo pegará la derrota desde lo anímico en el plantel. Lo positivo es que la revancha está a la vuelta de la esquina. El próximo miércoles en Rosario, no habrá lugar para la especulación.

Más allá de los errores arbitrales –señalados por Carlos Bianchi, Agustín Orión y Juan Román Riquelme- el ‘xeneize’ tropezó ante el rival de toda la vida por su impericia a la hora de rematar un partido que lo tuvo como el dominador en gran parte del mismo.

Imperceptible el off side de Teófilo Gutiérrez en el gol de Manuel Lanzini y si bien no estuvo correcto el fallo del ‘mundialista’ Néstor Pitana en la previa del cabezazo de Funes Mori, se dibujó una grosera salida del arquero de Boca que le posibilitó a los ‘primos’ esbozar una sonrisa que hace diez años su rostro no reconocía.

Duele… y damos vueltas buscando explicaciones que no llegarán. Las heridas permanecerán abiertas por mucho tiempo. Pero no hay ‘tiempo’ para el lamento.

En 48 horas, el equipo del ‘Virrey’ se juega el semestre, la continuidad de Riquelme, el futuro de su entrenador (por más que Daniel Angelici aseguró su lugar en el cargo) y el prestigio de una institución que no puede volver a darse el lujo de tomarse vacaciones anticipadas.

Molesta y genera fastidio. Nos levantamos chinchudos, con cara de traste y sin aliento para salir de la cama.

Pero somos distintos a los demás. Inflamos el pecho y agarramos la bandera; ese trapo con los colores de nuestra vida, gastado y desteñido por un centenar de batallas.

No quedan dudas de que la historia la narran los grandes y la escriben los valientes.

Es por eso que tengo el orgullo de ser ‘bostero’ aunque la bronca persista.