El libro de relatos Pyongyang (Literatura Random House, 2017) contiene cuatro historias que se abren a un abanico propio de la escritura de Hernán Vanoli que suele recorrer hábilmente universos digitales, distópicos, de mercadeo y de un progreso entendido como inevitable, aunque no necesaria y ampliamente deseable para todas las partes involucradas.

El primer texto, “Ursus amerianus kermodei” toma su nombre de la leyenda de los osos espíritu de los pueblos originarios de la Columbia Británica, en Canadá, y recuerda a la supuesta inocencia infantil a la hora de necesitar un amigo invisible para atravesar ciertos dramas, aunque: “Ha descubierto que, a lo largo de su vida adulta, o semiadulta, los osos se han hecho presentes en situaciones de tensión psicológica o de vulnerabilidad”.

Con personajes identificados con iniciales; el texto comienza con L que se enfrenta a dos duelos, uno amoroso y otro por la muerte de su madre. Un viaje mediante el sistema de carpooling, por barrios porteños, hace que el relato adquiera una dimensión aurática sobre la toma de decisiones y el cierre de etapas con las cenizas como fetiche. 

En “Ursus…” la trama se desarrolla ordenada con pequeñas pausas- como esas tan trabajadas en Cataratas, en especial las protagonizadas por Osatinsky, -donde el autor se permite ofrecer detalles de lugares, sensaciones, o proyecciones con las que crea la fantasía de una voz femenina sólida que se mantiene a lo largo de todo el texto. 

El segundo relato, “Los sintonizadores”, cuenta la historia de Alejandra y Damián que buscan tener un hijo desde hace un tiempo.  A esto se suma un peculiar Centro de Fertilidad donde las vibraciones de cascabeles marcan el inicio de un ritmo sectario y caníbal, la necesidad de conseguir una mucama como mero estudio de mercado que deviene en una dialéctica ama/esclava hegeliana y la gestación de un terror interno como guiño permanente, por momentos predecible. Vanoli trabaja con diversos planos donde la paranoia atraviesa otra vez el arco de las creencias y en el que durante la lectura resuena la cita de Joseph Goebbels con la que abre el libro: “Aquí, en el oeste, apenas unos problemas sin importancia”.

Rompiendo el orden propuesto, en el último cuento “El Comando Central”, el autor de Pinamar (2011) nos trae una historia en la que un narrador se relata a sí mismo una trama en la que un drama familiar ajeno- que no tarda en volverse propio- del pasado, se mezcla con sus tiempos del presente y de un próximo futuro. 

Todo se inicia con la presentación de un hombre, Antonio Jones que luego será Severino Rojas y que no solo cambiará su papel en la historia- de autor de un secuestro del hijo de un empresario a asesor en un equipo de marketing político para el candidato Norberto Costa- sino que obligará al narrador a dar un salto en su vida. 

Con datos de posicionamiento digital, escenarios de estrategia comercial- el imperio de Amazon como modelo a seguir-, "las nuevas fronteras de la militancia" y golpes poéticos como "huevos fritos colgaban de tus axilas, una mariposa jurásica de sudor abría su crisálida en tu esternón" o "El murmullo de la televisión tapizó el living de tu departamento con su suave atrocidad"; Vanoli nos proyecta una biografía mental en la que lo sentimental y el ajuste de cuentas se acarician el uno al otro mientras "Te rendiste ante la evidencia de que el todo, la conciencia colectiva, era superior a la suma de las partes."

Es en el tercer cuento, “Pyongyang” (el que le da el nombre al libro), cuando el lector redescubre el impacto de la prosa de Vanoli, no porque antes no haya notado su plasticidad o su texto trabajado; sino porque se enfrenta, una vez más, a un armagedón biotecnológico tan extraño y fascinante como en su última novela. 

Con astucia, el autor nombra a una cinta de correr con el nombre de la sede del gobierno de Corea del Norte y nos trae inmediatamente una historia oxímoron de una revolución gestada en los gimnasios del mundo para derrocar el imperio del hombre. 

“Pyongyang” es uno de esos textos en los que las máquinas, nombradas como mujeres, buscan instaurar un sistema superador del creado por los humanos: “Angelina decía que debíamos demostrar que éramos mejores que ellos en todo momento” pero que al mismo tiempo necesitan sentir como nosotros: el amor- una historia lésbica entre dos cintas de correr separadas-, la piedad o incluso el “no debíamos perder la fe”.

La organización partidaria, la burocracia, la reestructuración laboral y de recursos, el gasto improductivo, la necesidad de un más allá como “La Fuente”, entre las cientos de referencias que enriquecen al relato, convierten a “Pyongyang” en una fábula kafkiana- máquinas que necesitan parecerse a los humanos con órganos y sentimientos “pude sentir el sabor de una lágrima humana”- y al mismo tiempo orwelliana donde un nuevo régimen será establecido; “Las dos soluciones finales se llaman Disney y Mercer” y quienes no estén de acuerdo serán convertidos- la hibridación como paso intermedio evolutivo- o eliminados (masacres, eutanasia y limpiezas étnicas).

Como reflexionó el antropólogo y sociólogo francés David Le Breton, más allá del mundo tecnológico que parece invadirnos y transformarnos con su "máscara": “La condición humana es una condición corporal”; lo sigue siendo, y el relato “Pyongyang” puede leerse también en esa clave tan necesariamente histórica en las que las máquinas "son mejores" pero nos dan la esperanza de reflejarnos en el espejo híbrido de una posverdad inmortal.

Vanoli, a través de los cuatro cuentos que forman parte del libro, nos arrodilla ante situaciones donde creer es, paradójicamente, la nueva ciencia. 

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Pyongyang, otra inmortalidad

Pyongyang, Hernán Vanoli

Cuentos- Literatura Random House

192 p.