Horacio Convertini: ''Me imaginé puto, en ese barrio, adolescente''
El periodista y escritor nacido en Nueva Pompeya crea una historia en la que el crimen es sólo un ingrediente más para un personaje cuya verdadera búsqueda está en redimirse a sí mismo.
New Pompey, publicada por Del Nuevo Extremo, narra la historia de Carlos Liserra, Cali, un periodista que en plena crisis económica del 2001 debe afrontarse al quiebre emocional que implica la muerte de su madre, los recuerdos de su padre, la separación de Jóse y la vuelta al barrio que lo acobijó y que lo expulsó.
La novela, a la que Gabriela Cabezón Cámara llama "novela- tango del Siglo XXI", se enmarca dentro del género policial. Hay un robo, armas, una violación que vuelve como recuerdo palpable y una dosis de violencia permanente que nos invita a la actitud de vigilancia necesaria sobre los detalles que nos va filtrando la voz de Cali.
Convertini nos permite ir conociendo a un personaje en el que convive la homofobia y la necesidad de interpelarse como puto. Así está hecho el planteo: "a lo macho", "a lo puto". Esta dualidad queda expuesta con el retorno de la amistad del Chino Reilly una sombra y luz del pasado que involucrará a Cali con sus ideas de "salvarse" y el proyecto urbanístico-comercial de un nuevo Palermo en el barrio de Pompeya.
Las sensibilidades y la amistad, junto con el recurso de las anécdotas, son los verdaderos mecanismos de acción que traccionan en una novela que se desarrolla con capítulos delimitados con nombre, inicio y cierre; generando cierta nostalgia de folletín. Convertini tiene una prosa ágil, con tintes periodísticos- que se condicen con el habla de Cali- y con destellos de bellas imágenes narradas de ese personaje que también es escritor.
— ¿Cómo surgió la idea de ubicar la historia en tu barrio de nacimiento?
Horacio Convertini (HC)— Tengo varios cuentos escenificados en Pompeya. Algunos aparecen referidos en New Pompey como relatos o episodios vividos por Cali, el narrador. Me siento muy unido al barrio, más allá de que hace treinta años que no vivo en él. En Pompeya viven muchos de mis mejores amigos, ahí vivieron mis padres hasta su muerte. Ahí viví una adolescencia feliz. Siento que el barrio está en mi ADN, que de alguna manera me dio una identidad. De pibe he conseguido trabajo por ser de Pompeya, porque el jefe de personal también lo era. Además me gustan sus paisajes y su mitología que cruza el fútbol, el boxeo, el malevaje, el tango, la violencia, y que como toda mitología es una construcción literaria que se impone. La decadencia del barrio, sus fábricas cerradas, la marginalidad, el olvido, fueron los disparadores de la novela. Y esa ilusión absurda de que Pompeya renaciera con la plata de los ricos, como le pasó a Palermo. Si había un lugar donde situar la historia de Cali, era ahí.
— Cali remarca todo el tiempo su homosexualidad muchas veces para auto-flagelarse emocionalmente ¿cómo trabajaste con ese discurso?
H.C. — Tenía que justificar la distancia de veinte años entre los dos amigos de la adolescencia, Cali y el Chino, que se reencuentran esa noche de invierno de 2001 en la que pasa todo. Así surge la homosexualidad de Cali, un puto en un barrio que se reconoce a sí mismo como bravo (y bravo es ser macho, machista, reo, homofóbico). El tema se adueñó del texto desde el primer momento. Fue como una topadora. ¿Cómo lo trabajé? Me imaginé puto, en ese barrio, adolescente en la segunda mitad de los setenta, con los mismos amigos, con los mismos padres, en las mismas calles, y supe que no hubiera tenido más de dos caminos: el ocultamiento o la ruptura brutal. Cali soy yo, de la misma manera que su casa es mi casa y Unidos es el club en el que viví mi adolescencia. La homosexualidad de Cali vertebra todo el relato y se impone, creo, sobre el andamiaje criminal. La relación de Cali y su padre, de Cali y su madre, de Cali y el Chino, sólo se entiende en su verdadera dimensión con un Cali puto.
—El personaje es periodista como vos ¿fue más simple o más difícil separarse de Cali ante la coincidencia de barrio y profesión?
H.C.— Busqué deliberadamente la cercanía con el personaje. No me interesaba separarme de él, todo lo contrario. Por eso la novela está atravesada por personajes y sucesos que fueron parte de mi vida, con la lógica reelaboración que imprime el relato literario. Es la primera vez que lo hago. No fue ni más fácil ni difícil. Fue una necesidad visceral.
— Si bien la trama tiene puntos fuertes como la amistad, el robo y la violencia; la familia es un núcleo que atraviesa todo ¿cómo fuiste armando esa trama de consistencias entre pasado y presente?
H.C.— Hay un primer plano narrativo, que cuenta el reencuentro entre Cali y el Chino, mientras se desarrolla la trama del asalto a Unidos de Pompeya. Y hay otro plano que es la historia personal de Cali, la que va ir construyendo a ese hombre conflictuado, vulnerable. Por lo tanto el retrato familiar es fundamental. Las historias del pasado le dan espesor al presente. No quería quedarme sólo con el chiste del robo.
— Hace poco te entrevistaron y subrayaste que "los escritores de novela negra suelen tener un enorme complejo de inferioridad" ¿a qué te referías?; ¿tenés ese complejo?
H.C.— La idea surge a partir de una lectura reciente: el excelente ensayo sobre género negro que publicó Mempo Giardinelli. Me encontré subrayando todos los párrafos en los que aparecía la necesidad desesperada de los autores del género por lograr el reconocimiento de la “alta literatura”. Hablo de nenes como Hammett o Chandler. O de Conan Doyle, que prefería ser conocido por sus novelas históricas. El tema aflora aún hoy en cada reportaje a un escritor de policiales: se le pregunta si siente desvalorizado por escribir historias criminales que se leen mucho y el tipo responde con alguna gambeta más o menos larga. Veo la actitud defensiva del que no se siente querido, respetado. Suelo ir a los festivales del género, que me encantan, y nunca falta la referencia a la academia que ignora, al ninguneo de los críticos. Yo no tengo ese complejo, al menos por ahora, porque escribir y publicar me sigue pareciendo milagro suficiente como para dejar de lado otras consideraciones. Desde luego que amaría ser un bendecido por Puán, pero tampoco me quita el sueño. Cien lectores valen más que un guiño de Sarlo.
— ¿Cómo ves entonces el género de novela negra en la actualidad?
H.C.— Se habla mucho del éxito del género policial y debe ser cierto. Hay gran producción de novelas de detectives resolviendo complejos casos criminales. La mayoría deja la puerta abierta para la saga y parecen escritas para ser llevadas al cine o a la tele. A la gente le gusta ver la mugre de la sociedad en la que vive y eso, supongo, explica la masividad. Yo me siento fuera de eso. No podría escribir una novela de enigma protagonizada por un policía, o por un investigador privado o menos aún por un periodista con buenas intenciones (conozco demasiado el gremio para dejarme tentar por semejante gilada). Es más: le huyo a la lectura de estos libros, a no ser que los escriba alguien a quien quiero y respeto. El día que en el género negro ajusten criterios y se pongan firmes, no me dejan entrar más.
— ¿A quiénes leés?
H.C.— Del género novela negra a Carrá, Ferrari, Luján, Salem, Orsi, Argemí, Sancia, Abós, Krimer, Fernando López, Molfino... Fuera del género a Ramos, Cabezón Cámara, Selva Almada, Julián López, Ronsino, Ricardo Romero, Castillo... De los nuevos a Maqueira, Unamuno, Loyds, Quirós.
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New Pompey de Horacio Convertini
Novela, Del Nuevo Extremo, 2015
160 p.