La plaza de los ojos que abrazaron a Cristina
El árbol está lleno, ya no pueden subir más pibes allí. El techo del colectivo lo mismo, ya no hay lugar ni para una mujer que de abajo pregunta si allí arriba puede... Tampoco aquí abajo, entre todos nosotros, en la plaza misma, en las veredas o en las calles. ¿Cómo debe verse la plaza desde aquellos balcones? Los del Cabildo, con cámaras y cronistas. Desde los de las oficinas, allí donde cuelgan banderas argentinas. O desde el techo del ministerio de Economía, donde también se ven siluetas. Somos un montón y uno solo. La plaza nos junta, nos contiene, nos une. Con el otro, que es la patria. Eso lo aprendimos de las viejas (las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo). Ellas nos enseñaron en otros tiempos de sueños proscriptos que el "otro soy yo". Despedir a un líder no era nuestra faena en este ispa de tirar piedras y protestar, siempre putear. Y mucho menos hacer silencio, aplaudir, vivar, cantar, y volver a callarse para oír. Con el silencio y la atención con que solo las multitudes transpiradas y amuchadas escuchan. Allí estábamos, en puntas de pie para ver hacia adelante, sin poder ver realmente dónde estaba la mujer que hablaba para una plaza repleta. Entonces fijamos los ojos en la muchedumbre, en las banderas, en el cielo, en los balcones, en el piso, en los ojos de los niños que flamean como banderas en los hombros de los que no llevamos banderas. Nos miramos mientras escuchábamos, para ponerle ojos a esa voz que hablaba para y por cada uno de nosotros. Escuchamos con voz firme, la enumeración de esta, nuestra larga lucha de tropiezos y esperanzas de estos 12 años. Nos dijo que no aflojemos, que esto no termina acá, que le hubiera gustado entregar el Gobierno en el Congreso, y que nunca vio un presidente cautelar. Fue irónica y precisa. Reclamó la democratización de la misma justicia que le minó su mandato hasta el último día -o el anteúltimo-. Dijo que debemos aceptar la voluntad popular y pidió que el próximo Gobierno nos cuide al desear "una Argentina sin censuras, sin represión, más libre que nunca". Bromeó con que no podía hablar mucho porque "a las 12 me quieren convertir en calabaza". No todos escuchamos el comentario abajo, allí en la plaza, donde el clima era de recital, por la sofocación y los tironeos. Había que hacer fuerza para escuchar, y más atrás, en Avenida de Mayo o las diagonales -tal le contaron al cronista los amigos y colegas que fue encontrando en la desconcentración-, el pueblo se prestaba los auriculares de los teléfonos, los negocios subían el volúmen de la radio y hasta en los puestitos de chori se hacía silencio para escucharla. A ella, que pasadas las nueve de la noche nos dio ánimo, nos agradeció y se despidió entre fuegos artificiales y papelitos, con la canción de Los Redondos que homenajea a las banderas que nunca debemos bajar ni en la noche más oscura y que termina con un grito infalible: "Este asunto está ahora y para siempre en tus manos nene". A Cristina le faltó decir que no va a volver ella, que el que va a volver será uno de nosotros, uno de los que estuvimos el 9 de diciembre en la plaza, a la que fuimos a escuchar y despedir a un Presidente, como nunca antes una multitud semejante lo había hecho con un jefe de Estado. Fue el final, se acabó. Solo había visto una plaza con tantos ojos en llanta y llorosos: fue en la larga noche del funeral de Néstor. Pero esta vez la sensación no fue de pérdida y orfandad. Sino de agradecimiento y de despedida; de agradecimiento y de volver a empezar. Entender que el final es en donde partí, pero con un final distinto y sobre todo, un umbral desde donde partir mucho más elevado que el pozo del 2003 de donde pudimos salir, sin saber siquiera que había una salida. El del miércoles fue otro de esos hechos mágicos de esta era. Un montón que son uno solo que se llegan hasta la plaza de Mayo a agradecer y despedir a un Presidente: inédito en la historia de este, nuestro país. Y estuvimos allí, los niños a los que nos habían soñado algo parecido a esto, los abuelos que nos miman los hijos, con su barba y sus sueños, otra vez, rotos -aunque juntos, todos más enteros-. Los que nunca entendieron por qué nos emociona la figura de la familia que creemos recuperó esta patria enmendada y apenas en camino de reconstrucción, no lo van a entender siquiera tras la manifestación popular del miércoles. Nos queda el cantito con que nos fuimos de la cita inolvidable, como pudimos -empujándonos los corazones-, en medio de ese caos que generamos cuando llenamos las plazas: "Oh, vamos a volver... a volver, a volver, vamos a volver". Firmado, nosotros, los que podemos mirar a los ojos.